lunes, 19 de octubre de 2009




Tríptico para la exposición "Momentos íntimos" de fotografía instantánea

domingo, 18 de octubre de 2009

Tres tristes tigres, se calculan

Vivo a unos pocos palmos sobre el nivel del suelo. En una plaza tranquila, que no deja de ser por ello una plaza.
A partir de cierta hora, los sonidos de la ciudad, como sabemos, se acallan. Entonces, a ésta habitación a la altura de los ojos, llegan las voces y se quedan, porque como sabemos, las orejas están, más o menos, a la altura de los ojos.

- Para una consulta (...) no, bueno, si (...) Patricia (...) desde Madrid.

Yo ya estaba casi dormida, y Patricia, desde Madrid, se quedó sin querer para hacerme una consulta.

- Soy Leo

Ésta afirmación se me antojó curiosa, "Soy Leo", Leo, luego soy. Soy Patricia y Leo. Quise asomarme y preguntar "Patricia, ¿qué lees?", para luego cerrar corriendo la ventana y reírme de la tontería.

- Quiero preguntar algo sobre el amor (...) no, yo sóla.

Y conté mi primer tigre triste. Que además es Leo, que está sóla, y llama a un 806 para que alguien le diga qué coño pasa con el amor.
Recordé entonces a una mujer con la que me crucé no hace mucho, iba cargada con las bolsas de la compra por las calles de Carabanchel hablando por el móvil, afirmaba grandes conclusiones sobre una vida que no concluye, y me pareció sin duda que aquella mujer se dedicaba profesionalmente a éste tipo de charlas.
De no ser por la pereza que me daba vestirme, hubiera salido en ese momento a decirle a Patricia "Cuelga, sé con quien hablas, no te creas nada".

Sé quién es, la ví, es otro tigre triste, que atiende el teléfono a las tres de la madrugada, que sigue una pauta, que pregunta para olvidar tu respuesta, que conoce tantas vidas que la suya le parece un chiste.
Que jamás llamará a un 806 por miedo a encontrarse a sí misma al otro lado de la línea y verse obligada a decirse la verdad.

Y tigre triste yo, que son las tres y no me duermo, que escucho a Patricia y me da igual, pero sigo escuchando, de hecho me he sentado en el suelo al filo de la ventana y espero (ójala) que repita en voz alta algo de lo que le cuentan al otro lado, por si acaso me sirviera, ¡aunque no creo nada de eso!... pero ¿quién sabe?

jueves, 15 de octubre de 2009

Pirineos, por ejemplo...

Subo al tren a las 13.30 h. Del otro lado, la estación de Atocha.
Hacía tiempo que no emprendía un viaje, por corto que fuera, sin despedirme antes con un beso, o en su defecto, esperar ese beso en mi destino. El vacío es considerable y miro a mi al rededor, no sea que alguien esté esperando a dármelo, y yo, despistada y ensimismada en ésta ausencia, no me esté dando cuenta de que tiene remedio. Pero no. Nadie ofrece su mejilla ni frunce los labios. Nadie me mira, de hecho.
Coche 17. Asiento 15D. Clase turista. El teléfono no suena, mi lectura ofrece las mismas palabras a cualquiera y se vende barato. Ayer llevaba éstos mismos pantalones, hoy me sobran unos cuantos días.
Los asientos se van ocupando, fui la primera en entrar, ahora somos un buen bestiario. A mi lado, una mujer de unos setenta y muchos años. La saludo, mira hacia otro lado, no me ofende, y a la media hora está dormida sobre mi hombro imposibilitando cualquier maniobra evasiva, imposible zafarse de ese cuerpo enjuto y amargado. Sólo mi brazo derecho disfruta de plena libertad de movimientos.
Y así llegamos a Zaragoza, y una mujer gitana en kit y cara de apache, con delantal y bata estampados, flor en el pelo, pendientes de coral rojo y oro y tres bolsones de aquellos de telilla plástica a plena capacidad, hace su entrada en el vagón. No sabe leer ni reconoce números, la azafata debió comunicarla que su plaza era la 16D y la mujer proclama por su asiento, voz en grito, ofendiendo a un personal sin demasiada paciencia por lo visto, pero mucho menos mundo. "Aquí, señora, frente al mío"... bolsazo a dos o tres cabezas, diez pasos torpes y ya la tengo sentada a pocos centímetros. Otra que no agradece. Me siento aplastada por una losa apática. Así nos las gastamos por éstos mundos.
Al fin libre, me dirijo a la cafetería, y en lo que me bebo una botellita de agua hemos llegado a destino. El viaje ha pasado demasiado rápido, como todo últimamente. Ahora querría bajar del tren y meterme en mi cama, lo más parecido que conozco al fin del mundo. El lugar más solitario e inmenso, y no comprendo por qué me dirijo a Pirineos, si yo lo que buscaba era silencio y frío.
Son las 15.40 h. Bajo del tren, aún me queda viaje, y me siguen faltando motivos.

lunes, 5 de octubre de 2009

Take me a picture

Leo a Vargas Llosa sentada en el banco de un pequeño parque. Difícil no levantar la mirada por encima del libro, como un periscopio, para seguir la lucha de un perro mestizo por montar a un perdiguero, que se presta en voluntad, pero se resiste en su naturaleza del mismo sexo. Abatido, tal vez más frustrado que el mestizo, el perdiguero se retira de la arena y busca a su dueña, que compra pipas en unos chinos.
Continuaría mi lectura en éste momento, y lo intento de veras, pero como todo, unas historias enlazan con otras. Más valdría a veces no tener ojos, promotores del despiste superfluo. Los míos traicionan mi buena intención y se fijan curiosos en un hombre guapo, guapísimo, con un refresco de naranja en una mano y un pedazo de brazo de gitano en la otra, que sale de la tienda, que esquiva al perdiguero, que casi tropieza, que se dirige a mí, que se dirige a mí, que no, que se sienta a metro y medio, en un merendero.
Sigo leyendo, letra pequeña, me acerco demasiado el libro a la cara, vicios de miope rehabilitada.

- Excuse me, lady

Se dirige a mí.

- Could you take me a picture?

y señala la mesa, la fanta, el brazo de gitano (de nata)

- Yes, of course

- Today is my birthday, and I'm alone in the city

Es una cámara de fotos digital, pero me satisface comprobar que la tiene ajustada para mirar por el visor, no por la pantalla. De nuevo me siento catalejo, le enfoco, él también es mestizo, piel mulata, nariz afilada, labios precisos, ojos brillantes. Me sonríe, más bien se sonríe. Está tranquilo, tan tranquilo que pienso que es una estrategia para ligar. "Click!"

- Here you are, and happy birthday

- Thank you!

y no me entretiene más, me deja retirarme metro y medio más allá, a mi banco, con mi lectura. ¿He pensado mal? debería haberle preguntado cómo se llama, cuantos años cumple... ¿debería sentarme a su lado? Ahora estoy más pendiente yo de él que él de mí. Si es una estrategia, es perfecta. Me parece la persona más entrañable de todo Madrid.
En más de una ocasión he pasado mi cumpleaños lejos de casa. Mis 18, por ejemplo, saqué diez euros, entré en una tienda, y pedí que me hicieran un regalo. Salí a pasear y volví a los quince minutos para recoger un paquetito envuelto. No era una estrategia, ¿Pensaría entonces el dependiente que lo era? No creo, me regaló unas babuchas de andar por casa.
Venga, habla con él, siéntate a su lado. Le miro, me mira, me sonríe. Me levanto, se levanta, recoge la bandejita de cartón, la lata vacía, y se aleja.

Caminé detrás, le seguí un breve tiempo, no lo niego. Hacía sol y no sé cuántos cumplía. Olvidé el libro en el banco, retrocedí sobre mis pasos, aliviada por truncar cierta idea impulsiva. Los gorriones ya afanaban las migas del dulce, como buitres.