jueves, 31 de diciembre de 2009

Como un ciclo ordenado de carreras circulares, me mantengo en pié gracias al movimiento compatible de mi desorden interior con el desorden exterior, y en medio de tanta locura, vuelves tú con tus prisas desiguales.
Te sientes bien, consideras el pasado una prisión, y proyectas en el día a día una energía extraña de juventud reciclada, adolescencia tardía.
Entre el ayer y hoy, te cruzaste conmigo, y tal vez te recuerde más que nadie que tú no eras entonces, pero mucho menos eres ahora. Y tal vez, por esa cualidad de ser atemporal contigo y seguir inalterable en cada tiempo, es que sabes como yo que conozco tu voz, que conozco tu olor, y que no es ni el hedor de dulzor amargo de los 17 ni la madera especiada de los 35. Hueles a hierba mate con limón, a fresa helada, hueles a limpio y a tardes tranquilas. Hueles como yo, con acentos compartidos, notas que vienen de lejos, y un fondo de hogar en pista.
Puedes seguir callado cuando pases por mi lado, puedes desviar la mirada, que siempre (y lo sabes bien) acabarás cediendo en el punto flaco, como cedes, como un ciclo ascendente pero lento al que permanezco atenta.
Y yo gano y pierdo la ilusión de que pases el trance de postpubertad, y que se te cure la picazón en las palmas de las manos, y tu piel vuelva a ser suave y llegue a ser nuestra, tuya al menos. Y aunque veas que a veces pierdo el norte y yo también me venzo, sólo con soplarme vuelo alto, solo con llamarme vuelvo al centro...
Algo me he dejado en tu habitación, mira debajo de la cama, creo que he perdido un zapato, un pendiente o el cinturón. Cuando te levantes, miralo todo a la luz y busca, dedícale un tiempo, porque algo me he dejado, seguro. Me siento más ligera que antes, creo que me he dejado el amor que te tenía.