viernes, 25 de junio de 2010

soy merienda

"Meriendo algunas tardes" decía Ángel González, en un juego de palabras de esos que me fascinan.

Ayer era la tarde la que me merendaba a mí, con sus horas incisivas echadas con desgana en éste lugar que tanto tiempo me roba a cambio de moneda legal, como cuando el ratón Perez te dejaba mil pelas debajo de la almohada y huía con tus dientes, dejándote desprovista de dentellada, con una tonta sonrisa mellada, y un papel firmado por el Banco Español de Crédito. Bendita naturaleza que nos devuelve otro juego de armas blancas más afiladas...
A la espera de nuevo armamento permanezco fiel a ésta rutina, que trato, no obstante, de aliñar con pequeñas aventuras diarias, malacostumbrada como estoy a permanecer en constante movimiento.
Bastante mordisqueada ya, bajaba la calle San Bernardo. Un calor de justicia, cierta desgana y mis cálculos monetarios (mil pelas entonces eran una fortuna que bien merecía una muela, pero los tiempos cambian) a punto estuvieron de hacerme rendir ante el bocado final de la tarde.

Pasan las horas en el garito, ya no quedan limones que cortar, no tengo más sed aunque sea gratis saciarla, y si paso una vez más la balleta convierto el mármol en piedra pómez. Tampoco me siento, cuando eres camarero te posee un buñuelesco ángel exterminador que te impide cruzar la barra para ocupar un taburete. Ya pueden temblarte las rodillas.

...Soy merienda, soy merienda, soy merienda...

Un puñado de relámpagos nos hace temer lo peor, llueve otra vez ¡otra vez! ¡que clima tan loco! pero al menos nos propicia un tema fácil de conversación "¿Os hace si charlamos del cambio climático?" "Venga, vale, total... ahora sí que no va a venir nadie". Ya siento como rebañan mis huesos y cabeceo de sueño. Pero ¿qué hay más imprevisible que la gente? Una y media de la madrugada y entran, empapados y felices, al menos treinta personas de golpe. Que ya fueron sesenta, que a las dos noventa, y pierdo la cuenta. Devolvedme los bocados, que me he salido con la mía.

Siempre alguna cara conocida de ésta u otra vida. Algunos que se alegran tanto de verte pero por la mañana en la cola de la frutería no sabrían decirte de que te conocen. Otros, en cambio, recuerdan incluso donde se quedó la conversación la última noche, y la continúan en un salto temporal casi insalvable. Desde mi posición soy yo la que cena las noches de los otros. Sin duda, alimenta estar atenta; hay parejas edulcoradas, grupos de amigos con tónica y limón, chicas agitadas, caballeros revueltos, señores añejos o señoronas amargas, más que el ginger ale.
Anoche, me divertía pensando que igual que los dueños se parecen a sus mascotas, también nos parecemos a nuestras copas, y buscaba éstas similitudes entre una multitud divertida.
La dieta de Malasaña no es muy equilibrada, pero enriquece, y se cuece.