domingo, 5 de diciembre de 2010

Balaguer Losada, Montserrat

Corren rumores sobre una inminente huelga de controladores aéreos, estoy en Barajas, sentada al fondo de la Terminal 1, hace unas dos horas rechacé 400 euros a cambio de quedarme en tierra y volar mañana por sobreventa de billetes. Llevo una hora sin cambiar de postura y se me duerme la pierna derecha, que sostiene a la izquierda hace demasiado tiempo. Espero a que abran por fin la puerta de embarque, el vuelo lleva retraso.
Otra vez el mismo aviso, "Balaguer Losada, Montserrat, preséntese en la puerta de embarque A18", he debido escuchar esta llamada unas quince veces desde que estoy aquí. Miro al rededor, mucha gente y ninguna es Montserrat, nadie parece siquiera planteárselo. La azafata también hace un barrido en busca de alguna señal, se detiene al llegar hasta mi, demasiado rato, me hace dudar, ¿y si soy yo? porque a lo mejor soy yo, no me parece tan disparatado. A ver, soy Montserrat, ¿se me hace extraño? pues no tanto, la verdad. No puedo asegurar que no sea mi nombre. María no me aporta mucha más seguridad. No pondría la mano en el fuego por nada ahora mismo, no sé... Lo que esta claro es que han llamado a Montserrat quince veces durante la última hora, y yo no he ido a personarme, y la siguen llamando. Esa es una prueba bastante feaciente de que puedo ser yo.
Me revuelvo en mi asiento, busco respuestas, no quiero mirar el pasaporte, puede despistarme aún más, es sólo un documento escrito. Hay más, mi abuela se apellida Balaguer. Me estoy impacientando, por favor, que alguien, sea hombre o mujer, se acerque al mostrador ¡ya!.
El cosquilleo molesto de la pierna derecha me distrae un poco, me levanto, fijo un objetivo en esa gran sala casi vacía, que debía estar llena de viajeros, y camino hasta él para estirarme. La maquina expendedora, por ejemplo. Según me acerco pruebo a saludar a mi reflejo a ver que pasa, "Hola, Montserrat, ¿que tal?"... Pues bien, todo en orden, no se me hace raro. Pruebo otra vez, "Qué, María, ¿te vas a NY?"... Sí, sí, también funciona. Me miro fijamente, un tanto agobiada, y entonces veo tras de mi cómo una silla de ruedas empujada por un empleado del aeropuerto se aproxima a la A18. Me giro para distinguir mejor la escena, en la silla una mujer de edad avanzada. Cruzan unas palabras con la azafata y acceden al avión.
No vuelven a llamarme por ningún nombre, pero sólo cuando anuncian el embarque, empezando por los pasajeros con niños menores de 7 anos, clientes preferentes y personas de movilidad reducida, consigo relajarme. Ya esta, no soy Montserrat. O por lo menos, no tiene tanta importancia.

lunes, 4 de octubre de 2010

debo tener alguna puerta por aquí

Estoy tendiendo la ropa en el salón cuando reparo en una puerta junto a la estantería. No me sorprende, no es una puerta nueva, yo sabía que estaba ahí pero por alguna razón, la había olvidado. Así que no es sorpresa si no satisfacción lo que me provoca su existencia. Termino de estirar las últimas dos camisetas en la cuerda y voy a abrirla. Creo que sólo entré ahí el día que el agente de la inmobiliaria me enseñó la casa. No recuerdo bien cómo era, así pues, si bien conocía la puerta, el interior lo he olvidado.
Es precisamente lo que necesito, no me puedo creer que haya obviado una habitación así. Está forrada de madera, insonorizada, tiene baño propio y una terraza amplia. Ya sé lo que voy a poner en cada lugar, va a quedar perfecto, creo que no voy a salir de ahí en mucho tiempo.

Volvemos a los sueños, porque ésto no es real, no del todo. Lo he soñado. Y no es la primera vez. Me aparecen esas habitaciones escondidas, que a veces son plantas enteras olvidadas, de vez en cuando. Me encantaría dar con alguna de éstas despierta. ¿Qué es lo que conozco y he olvidado? Ojalá la experiencia tuviera un picaporte, se pudiera abrir y cerrar para asomar la nariz y tenerlo todo más claro después de un vistazo.
Sea lo que sea, me hace falta. Empiezo a tener el espacio del que dispongo ahora demasiado lleno. Siempre me han gustado las casas depuradas, funcionales, y la mía es siempre lo contrario. Cuando me mudé a ésta, el doble de grande que la anterior, pensé que lo conseguiría, pero de pronto todos mis muebles crecieron, se hicieron el doble de grandes, como los peces koi, y se adaptaron a sus anchas al nuevo espacio. Nacieron nuevos libros dentro de las cajas, bibliografía completas con tapas duras, los zapatos se aparearon y donde había dos ahora tengo tres... Lo mismo sucede con mi cabeza, que voy ordenando ideas y conceptos, tirando un tabique aquí, abriendo una ventana ahí, y van llegando otros nuevos, con su equipaje a cuestas, y lo dejan todo patas arriba. No termino de ubicarlos a tiempo. Al final tengo lo antiguo con lo nuevo compartiendo cama nido, y de lo que estoy segura, como ya hay confianza, en sofás cama repartidos aquí y allá.

Una habitación nueva, una nueva manera de afrontar las cosas. Una manera insonorizada, con terraza para respirar, estirarse, y un cuarto de baño. ¿Donde la tendré guardada? Si llego a encontrarla sé que se me quedará pequeña tarde o temprano, pero... bueno, en ebay se puede vender casi cualquier cosa, así que supongo que tanto cacharro, ésta chatarrería, me puede sacar de un apuro en un momento dado. Ofrezco un trío de botas, y algún consejo basado en la experiencia.

lunes, 20 de septiembre de 2010

bucles infinitos

Algunas mañanas sales de casa con lo puesto, sin el pasaporte porque por el barrio no es necesario, sin cantimplora, ni el cepillo de dientes ni nada más que lo básico, inocentemente preparada para ver una película en el cine y a casa, o tomarte a lo sumo una cerveza donde siempre y sin saber cómo, te ves envuelto por lo que acostumbro a llamar un bucle infinito que empieza un miércoles y termina quiensabecuando. Suelen durar una semana, o cinco días. Lo que resulta infinito es la percepción del tiempo durante el bucle, y sin duda, sus consecuencias. Siempre prometedoras al principio, tristes o desconcertantes al final.
Son bucles con relleno, no es simplemente un me encuentro con Fulano que ha quedado con Mengano y nos juntamos con Zutano bla bla bla... éstos son auténticas napolitanas de crema social y personal, que te comes con la cabeza acartonada, la lengua de trapo, y los oídos zumbando canciones rancias de tres días.
Hace un año y dos meses que tomé una decisión complicada. Aquella vuelta de tuerca me mantuvo en la calle de forma casi constante durante meses, incapaz como me sentía de sostener las paredes de mi casa, una casa más de cualquiera que mía. A la intemperie, tan expuesta a dejarme llevar, entré en un sinfín de bucles infinitos que fueron definiendo mi opinión actual: que cualquiera puedo ser yo, así que me quedo en ésta casa de alguien como si fuera mía, y piso la calle en caso de fuerza mayor.
Cada vez que pongo un pié fuera me tiembla la rodilla. El pasado miércoles me aventuré sin embargo a ir más allá y probé incluso con Manoteras. Sabía que traería consecuencias y en efecto, algo inédito, un choque de bucles. El núcleo de la circunferencia descrita no importa, es lo más tedioso del asunto, ya de por sí cansado. Pero la trayectoria ha sido clara y termina como empezó, conmigo. Quiero decir, que termina por un lado con unas pequeñas ilusiones que empezaban a brotar en cierta jardinera que tengo por cabeza, y por otro con silencio y mirada hacia otro lado donde prometimos que habría cariño para siempre. Yo me quedo con la sensación asfixiante de no encontrar lugar ya en ningún otro, decidida a hacer al menos lugar en mí, para no asfixiar del mismo modo.
Y ahora que estoy sentada en la silla donde paso ocho horas diarias, la misma que me ajustó para cuidar mi espalda aquel que ahora debo anular para reocupar su espacio, pienso que tal vez el "Voy a cuidar de tí toda la vida, estés conmigo o no" se refería más bien a lo que dure éste respaldo en la posición ajustada. O lo que tarde en romper las baquetas regaladas, porque la velocidad a la que yo me desajusto y me rompo en su memoria es trepidante. Y me cuesta creer, mientras atiendo las mismas llamadas de siempre desde hace tres años, todo lo sucedido en los últimos cinco días. Definitivamente he entrado en esa edad en la que atacan los fantasmas, porque sólo conozco a gente asediada por ellos, y cuesta mantener la sonrisa a no ser que sea una risa tonta, pero tonta tonta.

Ésta tarde me hago fuerte en mi sofá, por mucho tiempo. Porque ahora que llega el frío, los bucles son más duros. Cuesta reponerse. Y el último ha alterado a mis fantasmas y me ha dejado sin abrigo.

lunes, 9 de agosto de 2010

tormentas de verano

Por fin llueve, otra vez, con lo cansados que nos tenía la lluvia hace unos meses, ahora se la echaba de menos. Parece una lluvia de tierra, que deja marrones los cristales. Éste olor me provoca una maldita nostalgia. Quiero volver a la sierra cada noche de lluvia.

Llevábamos pocos días viviendo allí, hace ya dieciocho años, cuando nos sorprendió una terrible tormenta de verano a mi madre, a mi hermano y a mí. La casa era grande y estaba aún vacía. Todo retumbaba. El agua contra los cristales, el viento a través de las tejas viejas... los rayos nos dejaban totalmente en blanco cada poco rato. La luz se había ido, y aún no estábamos hechos a aquel espacio, no conocíamos las esquinas, dónde empezaban y acababan las paredes. Yo ni siquiera recordaba a donde iba a dar ninguna puerta. Pero la instalación eléctrica estaba a medias, los enchufes abiertos, y mi madre estaba aterrada porque en algún momento pudiera pasarnos algo. Aprovechábamos los fogonazos para mirar dentro de las habitaciones, a ver cual tenía menos enchufes, y en aquella nos quedamos, sentados en el suelo, los tres. Pasé miedo, y aún así cambiaría ésta llovizna, ésta casa tranquila, por estar en aquella habitación con ellos.

Instantes a los que volvería. Momentos nada idílicos que hoy me parecen paraísos, perdidos o pasados. Sí, sin duda me merezco el título de Técnico Especialista en Echar de Menos.

Como aquella noche en vela inflando globos, cuarenta y tres globos. Poniendo cara a cada uno de ellos. Imaginando mientras tanto la que pondría él cuando lo viera. Y no la puso, los viajes largos cansan mucho, pero no importa, yo nunca olvidaré mi noche, la anterior, la que logré recordar cuarenta y tres animales sin repetir ninguno (también colé alguna flor), y me quedé sin aire por querer tanto. Y volvería sólo por recuperar la ilusión que sentía, con lo que me cuesta ahora ilusionarme por nada, como volvería a la tormenta, por creer otra vez que mi madre es capaz de salvarnos a todos.

Otra, la primera noche que pasé en el último piso de Echegaray 31, me habían dado las llaves esa mañana, la primera madriguera para mí sola en ésta ciudad. Me tiré en el suelo de madera vieja del altillo, todo me daba vueltas, tal vez había bebido demasiado para celebrarlo. Tenía la sensación de que me recorrían el cuerpo miles de termitas y pequeños bichos que habitaban esas tablas podridas que yo acababa de alquilar. Pero me daba igual, ahora compartíamos piso, mejor llevarse bien. Y me amaneció mirando a través de la ventana del techo cómo cruzaban los gatos por encima de mi cabeza. Cuando me levanté tenía la espalda partida en dos, dolor de cabeza, sueño, picaduras pequeñitas por las piernas, y veinte llamadas perdidas de mi madre porque no había ido a dormir a la que aún era mi casa. Pero volvería por sentir una vez más que había conseguido lo que quería. Aquella noche empezó lo que vivo ahora.

No sé si gané o perdí, pero ésto es lo que quería, y tendré que defenderlo pese a noches largas como ésta. Haré memoria, porque algo que no recuerdo bien andaba yo buscando cuando me fui de casa. Lo deseaba tanto que me hice mayor, y a mí no me engañan facilmente

martes, 27 de julio de 2010

y ésto no sólo pasa en Argentina

El señor Luis llegó una noche a su casa, en Lanús, año 2002, y la encontró vacía. No de gente, no de vida, literalmente vacía. El corralito había crispado a la misma crispación, y el señor Luís se quedó sin nada, nada en la casa, nada en el banco... de acuerdo, sí, con vida, con su gente. Pero vacío.
De alguna manera consiguió un revólver, con más facilidad que un colchón de muelles usado, todo hay que decirlo. Se sentaba con lo puesto sobre el suelo desnudo, y a la noche salía a buscar ladrones. Alguien que vistiera un cinto, zapatos, no sé, algo suyo. Sin razón ni paciencia, que también cuestan más que un revólver.
En algún momento su señora se dio cuenta, y zanjó la historia, con las palabras justas, supongo, con algún cariño, con miedo, llenando el vacío.

El señor Luís, una vez recuperado, se separó de su señora y se fue con otra, un poco loca, porque "le daba mucha vida". Irónico, le daba la vida que había salvado aquella otra señora tan aburrida. Y la señora aburrida, se quedó entonces vacía. Con muebles, pero sin su vida, y sin su gente.

El Doctor Julio, anestesista, encontró bajo un puente en la muela de un paciente una pastilla de cianuro. Ésta es anterior, entre 1976 y 1980. Por miedo a ser capturado por los militares, éste señor procuraba tener la muerte a mano, al alcance de la lengua, casi.
Si empezaba a notar sabor amargo, la cambiaba de muela, digo yo, no lo sé... Sé que es cierto, y sé que a la hora de morir, o matar, nos sobra ingenio.

Yo no tengo ningún puente en ninguna muela, y me da más miedo enfrentarme al dentista que a una pastilla de cianuro. Pero también me da más miedo olvidar, o volverme a equivocar, que la maldita pastilla de cianuro. Para ser felices sí que nos faltan recursos.


lunes, 26 de julio de 2010

hablábamos de sueños

Hablábamos de sueños recurrentes la otra tarde, en una terraza del centro de Madrid.
Diana puede respirar bajo el agua, pero desconfía de su capacidad, aunque no se pone muy nerviosa. Cuando vuela, vuela rápido. Ariadna y yo no, nosotras volamos torpes, a ras de suelo, dando brazadas como si nadáramos en el aire. Ariadna, además, visita a menudo las casas en las que ha vivido. Hace tanto que a mí no me pasa...
Supongo que en los últimos años, desde que decidí vivir por mi cuenta, demasiado joven y sin reflexionar, me he mudado tantas veces que no he terminado de sentirme en casa, nada que recordar. Los lugares de la infancia, bien lo sabe mi inconsciente, mejor no tocarlos a la ligera, nostalgitis aguda.
Mis pasos cuando estoy despierta, sin embargo, me llevan a menudo a la puerta de una casa a la que he entrado a menudo pensando que era para toda la vida, y de la que otras tantas veces he salido para siempre.
Si Madrid tuviera desagüe, la fuerza de Coriolis me arrastraría irremediablemente al portal número 12 de la pequeña calle en cuesta.

Solía soñar hace años que me perdía en las ferias por la noche, que me quedaba sola flotando en mar abierto; soñaba historias que continuaban en el sueño siguiente, o meses más tarde; y soñaba que me casaba vestida de comunión con hombres que me presentaban ese mismo día.
Soñaba a menudo, ahora ya no sueño tanto, o no me acuerdo.
Pero me sigo perdiendo por las noches, y con facilidad me quedo sola. Conozco hombres con los que querría casarme, aunque la historia no continúe ni al día siguiente, ni meses más tarde.
Creo que ya no sueño porque estoy despierta. Es una pena que los buenos somníferos sólo los vendan con receta.

viernes, 25 de junio de 2010

soy merienda

"Meriendo algunas tardes" decía Ángel González, en un juego de palabras de esos que me fascinan.

Ayer era la tarde la que me merendaba a mí, con sus horas incisivas echadas con desgana en éste lugar que tanto tiempo me roba a cambio de moneda legal, como cuando el ratón Perez te dejaba mil pelas debajo de la almohada y huía con tus dientes, dejándote desprovista de dentellada, con una tonta sonrisa mellada, y un papel firmado por el Banco Español de Crédito. Bendita naturaleza que nos devuelve otro juego de armas blancas más afiladas...
A la espera de nuevo armamento permanezco fiel a ésta rutina, que trato, no obstante, de aliñar con pequeñas aventuras diarias, malacostumbrada como estoy a permanecer en constante movimiento.
Bastante mordisqueada ya, bajaba la calle San Bernardo. Un calor de justicia, cierta desgana y mis cálculos monetarios (mil pelas entonces eran una fortuna que bien merecía una muela, pero los tiempos cambian) a punto estuvieron de hacerme rendir ante el bocado final de la tarde.

Pasan las horas en el garito, ya no quedan limones que cortar, no tengo más sed aunque sea gratis saciarla, y si paso una vez más la balleta convierto el mármol en piedra pómez. Tampoco me siento, cuando eres camarero te posee un buñuelesco ángel exterminador que te impide cruzar la barra para ocupar un taburete. Ya pueden temblarte las rodillas.

...Soy merienda, soy merienda, soy merienda...

Un puñado de relámpagos nos hace temer lo peor, llueve otra vez ¡otra vez! ¡que clima tan loco! pero al menos nos propicia un tema fácil de conversación "¿Os hace si charlamos del cambio climático?" "Venga, vale, total... ahora sí que no va a venir nadie". Ya siento como rebañan mis huesos y cabeceo de sueño. Pero ¿qué hay más imprevisible que la gente? Una y media de la madrugada y entran, empapados y felices, al menos treinta personas de golpe. Que ya fueron sesenta, que a las dos noventa, y pierdo la cuenta. Devolvedme los bocados, que me he salido con la mía.

Siempre alguna cara conocida de ésta u otra vida. Algunos que se alegran tanto de verte pero por la mañana en la cola de la frutería no sabrían decirte de que te conocen. Otros, en cambio, recuerdan incluso donde se quedó la conversación la última noche, y la continúan en un salto temporal casi insalvable. Desde mi posición soy yo la que cena las noches de los otros. Sin duda, alimenta estar atenta; hay parejas edulcoradas, grupos de amigos con tónica y limón, chicas agitadas, caballeros revueltos, señores añejos o señoronas amargas, más que el ginger ale.
Anoche, me divertía pensando que igual que los dueños se parecen a sus mascotas, también nos parecemos a nuestras copas, y buscaba éstas similitudes entre una multitud divertida.
La dieta de Malasaña no es muy equilibrada, pero enriquece, y se cuece.

lunes, 31 de mayo de 2010

inercia

Que ya no pende de mi mano lo que antes sostuve,
Ya lo sé, me he dado cuenta.
Pero, disculpa si hoy toco tu hombro de vuelta,
Es sólo inercia de lo que tuve.

lunes, 17 de mayo de 2010

como perros

En el parque para perros de Suchil hay una hembra de Alaskan Malamute blanca, totalmente blanca, y vieja, tiene 16 años ya. Me quedo mirándola porque es realmente guapa; su dueña, orgullosa, viene y se sienta a mi lado. "Está ya muy mayor, pero la cara la sigue teniendo preciosa, esque el que tuvo..." La miro, y la sonrío. No me gustan mucho las comidillas del parque de los perros, ni las charlas en torno a perros, rodeada de perros, procurando no perder de vista a mi perro. "Pues ha hecho películas y todo. ¡Trabajó con Concha Velasco! mi hija te lo puede contar". No hace falta ninguna hija, sé que me lo va a contar ella en 3, 2, 1... "Iban a buscarla a casa en coche, toda estirada que viajaba la tía. A las maquilladoras las tenía enamoradas ¡qué pelo! me decían. ¿Te acuerdas del perro del anuncio de la Caja de Ahorros? sí, mujer, hará diez años lo más. Era ella". Ella parece tranquila, está tumbada en el suelo a la sombra, más cómoda, seguro, que en el asiento trasero de cualquier coche. A mí las historias de cámaras y acción no me sorprenden especialmente.

Poco a poco al parque van llegando otros perros. Pato les saluda a todos, es muy sociable y alegre. A veces me sorprendo sintiendo algo muy parecido al orgullo materno cada vez que alguien le halaga, o le llama valiente. Se lleva especialmente bien con los Bulldogs, es curioso. Y ahí que llega uno, viejo amigo ya de mi pequeño socio, y se empiezan a perseguir con camaradería. En una de sus carreras, sin querer, el Bulldog cae sobre el lomo de la vieja Alaskan Malamute, que se levanta indignada y se lanza sobre él con todo su mal genio. A duras penas pueden la dueña y su hija contenerla.
"Esa perra siempre da problemas" me dice la dueña de una Pastora Alemana que está sentada a mi lado. "Ella tiene que controlarlo todo, es increíble. ¿Te han contado que hizo una película con Concha Velasco? La tratan como si fuera menos perro que los demás".

En seguida recuerdo una historia que siempre cuentan mi madre y mi abuela. Ellas tenían siete perros en su casa y en una ocasión, mi abuelo llevó a uno a Roma, para rodar con él una película. Durante un mes el perro vivía en el hotel, comía en los restaurantes, y le trataban, en fin, de forma especial. Así fue que cuando volvió a casa con sus compañeros se negó a mezclarse otra vez con ellos. Cogió sitio sobre una mesa de piedra y de ahí no le bajaba nadie. Le costaron caros los humos, ya que en un despiste, cabreada y confusa, la perra grande lo mató. Ley de la Selva.

Últimamente he tenido conversaciones sobre la manera en la que influye en las personas vivir una gira larga, formar parte de una banda importante, ser célebre, etc. Yo, desde mi lugar de testigo privilegiado de todo eso, trataba de explicar que se pierde cierta normalidad, al regreso cuesta adaptarse, de pronto nada está a tu gusto del todo, ni siquiera tu pareja, ni siquiera tus amigos... trataba de contar que yo misma sentí muchas veces como me desdibujaba ante la mirada de quienes debían quererme, vencida por una competencia desleal: las luces, los halagos, el deseo. Creo que no supe expresarme, ni siquiera ahora con el tiempo y la revisión del discurso que permite el lenguaje escrito consigo precisar lo que pienso.

Como una parábola, la historia de éstos dos perros ilustra lo que opino. Me levanto del banco, voy a buscar a Pato, abatido y triste por su amigo, le doy a la gran estrella del cine una palmada en el lomo que le recuerde un poco quién es y salgo del parque pensando que todos deberíamos recordar más a menudo que somos como perros, ni más ni menos.

sábado, 15 de mayo de 2010

He pasado despistada lo últimos días que recuerdo con cierta continuidad cronológica, y en mi desorientación total he perdido anotaciones y señales que marqué en algún lugar para no olvidar... ciertas obligaciones.

He doblado esquinas insignificantes, como el quicio de la puerta o he hecho giros mínimos, como darme la vuelta en la bañera para coger el champú, y en todas éstas maniobras he confundido el camino de vuelta, terminando en el dormitorio de un matrimonio anonadado, o bañándome en la pila de mi vecina Chelo, entre los platos sucios de la noche anterior.

Ahora no tengo claro mi plan inicial, sé que en el último momento me vinieron a buscar, pero no me cuadra la reacción vecinal cuando me vieron llegar, escoltada por los responsables de la seguridad. ¿Será que no me perdí por accidente? ¿Será que no debí acompañar a los agentes?

Sólo puedo afirmar sin titubear que mi cocina, cuando me fui, no era de gas.

viernes, 7 de mayo de 2010

what can you say about me?

Diez metros antes de llegar a la altura del establecimiento ya olía apetecible ¿qué sitio es éste? me asomo a la vidriera y ¡zas! una cara conocida. El olor ya no es tan importante. Entro para saludar, ella está con dos amigas "Nice to meet you!" (oh no, me va a tocar hablar inglés aquí. Bueno... ¡bien!) "Hi, how are you? what are you doing here?" Yo vivo aquí, a la vuelta ¡perdón! "I live just around the corner". Revuelo, alboroto ¡qué buena zona para vivir! ¡qué afortunada! y... sí, es verdad.
Me invitan a sentarme con ellas, y me ofrecen una copa de vino blanco. "Who are you!?" Las dos amigas, achispadas, quieren saber quien soy y de que nos conocemos Angeline y yo, nos separan unos 40 años de edad. Yo creo que conozco a Angeline de toda la vida. Ella me aclara que desde el año 86, lo recuerda mejor que yo, lógicamente. A la pregunta de quién soy yo, Angeline responde "Oh, María!... what can I say about she?..." con tono grandilocuente. Me quedo esperando a que sepa qué puede decir, tres copas me bebí esperando, pero no me definió.
Hay gente difícil de definir. El primer día que fui a terapia la psicóloga me pidió que adjudicara tres adjetivos a cada miembro de mi familia. A mi padre no supe ponerle ni uno que no fuera pura descripción física, al final resolví definirlo como indefinible, puesto que no consideró que argentino fuera válido (yo creo que sí). No tengo claro que quiera formar parte del saco de los indefinibles.
En terapia sólo aguanté ocho sesiones, con Angeline y las chicas tres vinos largos. Ni la una ni las otras me dieron la respuesta que esperaba, y sigo esperando. Pero lo que me da más rabia es que ellas plantearon las preguntas. Yo jamás hubiera querido saber quién soy si ellas no me lo hubieran propuesto. Angeline, por favor ¡responde! aún puedo esperar.

martes, 4 de mayo de 2010

viento

Hoy sopla un viento que revolea las ideas. Los cruces de calles hay que afrontarlos con cautela porque, a la mínima, te viene un envión y lo que venías pensando se escapa dos calles más abajo, y no hay manera de recuperarlo. Un viento frío, además. Es fácil caer en la desconfianza generalizada cuando te sorprenden días como éste; empiezas a sospechar de todo, hasta de tu sombra, porque por algún motivo esa no se vuela. Desconfías de la gente, un poco con razón, porque los pensamientos de aquellos, en su extravío, de pronto se cruzan brevemente por tu cabeza, lo justo para saber que no son lo que parecían.
Hay que ser valiente para salir a pasear en ésta situación, tener las cosas claras, un destino concreto, o la cabeza vacía... puedes volver a casa convertido en un existencilalista, o despeinado, que es peor. Se te puede colar cualquier partícula en un ojo ¡incluso en los dos!.
No sé, no sé. A mí me da miedo.

miércoles, 21 de abril de 2010

soy David contra Goliat, con la piedra en el zapato

A los puntos finales les surjen otros suspensivos, como a mí me crecen los enanos.
Me propongo medidas coherentes que sólo pueden producir consecuencias satisfactorias, y acabo saliéndome del tiesto, de mi propio tiesto, y provoco el caos en ésta calma que, por otro lado, de tan estable me asusta.
¿Y por qué tanta inquietud? si nada de lo que extraño era mío, la poca verdad la fui coleccionando en fascículos que compraba cada domingo en un kiosko diferente. "¿Tienen ustedes Lo Que Es Mío?" "No, bonita, de eso ya no me queda, prueba en otro sitio".
Claro, que tontería, si nadie quiere lo que es suyo, todos quieren lo de los demás pero sin gastarse un duro. Porque el primer cartón te sale a euro, pero después el precio sube ¡y de qué manera!

En éstas andaba yo pensando hace unas horas, mientras caminaba sin rumbo fijo como un ratón en éste laberinto que es Madrid, como podría ser cualquier otra ciudad, cuando me he parado en un semáforo y me he sentido minúsula. Así de golpe sentirse tan insignificante sin querer, por un lado da bajón y por otro reconforta. Como David contra Goliat, trato de ordenar una vida que me empuja a mí ¡toma ingenuidad! y en esas estamos. La piedra la llevo en el zapato.
Pues se acabó, lo que tenga que ser, que sea. Y me guardo silencio a mí misma. El semáforo se pone rojo para los vehículos, verde para los peatones, y continúo mi camino (ya no sé muy bien por qué) fijándome en las pequeñas cosas, las que están a nuestro alcance.

Más puntos suspensivos: ¿Y si no quiero estar a la altura del alcance? Hoy no es el día de las pequeñas cosas, es el día de las eternas preguntas. Doy un talonazo contra la pared, muevo la piedra para no pisarla, y me sigo discutiendo.

martes, 13 de abril de 2010

niña, estás desabrigada

A las siete menos cuarto de la mañana me canso de no dormir y salgo a la calle. No tengo demasiada experiencia con el insomnio, me desenvuelvo sinceramente mal en las noches en vela.
Ésta la he pasado de charleta con el edificio. Sus cimientos crujían sorprendidos por una breve noche fría -ahora que se habían acostumbrado de nuevo al sol-, lo que no habían crujido en todo éste invierno helado. Mis huesos gruñían a su vez, enfadados, buscando todavía el calor que ya no está y que yo, torpemente, contra mi propia integridad, aún consigo alejar más.
Pienso entonces que es más fácil convivir con el frío constante, que haber vivido al sol y acostumbrarse de pronto a la sombra. Y pienso también que hablar es fácil, pero creer es complicado. Y fuera ha llovido toda la noche, dentro también.

Salgo a la plaza y la señora Chelo me mira desde su balcón, con su inquietante sonrisa constante, mientras me saluda eufórica con su mano derecha. La señora Chelo es maravillosa, es un personaje inolvidable que me tira besos mientras tiende la ropa y me invita a café en su casa, para enseñármela entera, cada foto, cada recuerdo, y luego decirme que no tiene café.
No sabría escribir sobre ella, no sé por qué. A lo mejor las personas son como los estilos literarios, y Chelo no es el mío, o su descripción requiere adjetivos que no domino. O a lo mejor me bloquea la réplica del d.n.i. de Franco enmarcada en su salón... Su casa ocupa una planta entera, a mí ella a penas me llega a la altura de las costillas flotantes.

"Niña, estás desabrigada", me advierte un hombre con gabardina y sombrero fedora. Y tanto que estoy desabrigada ¡cuánta razón! pero esque da igual la ropa que me eche encima, soy una persona desabrigada y el frío me cala. No entro en calor. Aún así, entro en casa, me pongo un abrigo y vuelvo a salir. Son ya las siete y media.

Voy camino del banco. A éstas horas se cruzan los trabajadores con cara de sueño con los madrugadores convencidos. Admiro mucho a éstos últimos. La mayoría tiene perro. Los perros agradecen que sus dueños sean madrugadores convencidos. Los trabajadores con cara de sueño no disfrutan de éstas pocas horas de la mañana en las que la luz poco a poco se asienta, y los pasos se escuchan claros, no hay prisas, parece que ninguno de los que ocupamos la calle seríamos capaces de hacer daño a nadie. No al menos en esas breves horas.

Son las ocho y yo ya piso la Gran Vía. Hace poco la cruzaba a diario, en mi vida todavía hace poco para todo.

No me gusta la calle Carretas. Hay pocas calles en Madrid que no me gusten, pero todas se parecen a la calle Carretas. Me importan poco las caras que deambulan por ella. Cojo aire y lo suelto ya una hora más tarde, a las nueve, de nuevo la Gran Vía. Hacerse mayor es adquirir deudas bancarias. Siento cómo me clarean siete canas nuevas.
Los trabajadores de las nueve tienen cara de sueño, pero además llevan mucha prisa. Hay que estar atento, a partir de ahora puede pasar cualquier cosa.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Café de pucheros, y unas pastitas de fe

Un vistazo al margen superior derecho de la pantalla del ordenador, el 01:00 del indicador horario pasa a ser 01:01 justo en ese momento. Un minuto ha pasado. Justo en ese momento.
Otro vistazo a mi habitación, hace más de un minuto que es ésta, que tiene éste aspecto. Hace ya muchos meses de hecho.
Echo la vista atrás. Todo ese tiempo me parece un minuto, a penas.

Ésta noche ceno vacío y entraña. Por la mañana, para desayunar, pediré café de pucheros y unas pastitas de fe (si quedan) al camarero que me da los 'buenos días' cada mañana, todos los días, desde hace un minuto.



lunes, 22 de marzo de 2010

conos y bastones


120 millones de bastones en cada ojo detectan luces y sombras, perciben el mundo sólo en escala de grises, pero distinguen las formas y figuras. Tanto yo como mi perro coincidimos en eso, los dos tenemos bastones. Pero él no tiene conos.
7 millones de conos nos permiten apreciar los colores. Pero necesitan más luz que los bastones para funcionar. Por eso ésta mañana él no ha sentido un vuelco al corazón cuando pasadas las 7 de la mañana ha amanecido en Madrid.
Un disparo de Luz ha coloreado la vista. Empezando por los verdes, han seguido los rojos, azules... Pato, mi perro, ha seguido siendo negro, aunque he esperado, mirándole fijamente, a que tomara otra tonalidad.
¿Quién sabe? del mismo modo que él piensa que soy gris, puede que yo no sepa a ciencia cierta cómo es él. Aunque lo más seguro es que Pato sepa más que nadie y todos seamos grises. Al fin y al cabo conoce bien nuestras luces y nuestras sombras, entiende de figuras, y no se pierde como yo, embobada, con artificios de colores.

martes, 23 de febrero de 2010

así empieza lo que nunca acabo

Llegará un momento en que la bola de pelo que vamos engordando según lamemos el tiempo empuje por salir. Podremos decir entonces que ya somos gatos viejos.

Teo tiene sesenta y cuatro años y más pelo por dentro que por fuera. Eso es evidente; tanto que ésta misma mañana salió a comprar un postizo. No ha tenido que inventar ninguna excusa, sale a caminar todas las mañanas 15 kilómetros, sí ha tenido que omitir el detalle, le da vergüenza.
Ahora está en el baño en calzoncillos, frente al espejo, tratando de encontrar la posición idónea para que su frente no parezca el fleco de una alfombra, dándole vueltas a la maraña. Por su cabeza se detienen otras cosas, otros pensamientos que siguen con los ojos las opciones de flequillo pero no le prestan atención. Últimamente recuerda demasiado, como una imagen fija, su pasado.
Otra vuelta al postizo. Aprovecha el tiempo, sabe que fuera del baño no va a poder utilizarlo. Sería ridículo; ya se siente ridículo estando sólo (y lo siente bien).

El resto del día no será importante en apariencia, lo pasará terminando las piezas de una Norton BIG4 633 cc del 38, a escala, como todos los días, en su taller tan pulcramente organizado que parece un museo de motociclismo en pequeñito. Su ventana da al patio de un colegio. Por la noche, en cambio, le dará un giro a su vida.
Es lo que tiene quedarse sólo en casa en estado reflexivo, nostálgico, teniendo experiencia previa en cambios de rumbo, decisiones implacables, le pese a quien le pese.
¿Una huída? una huída. Infantil, aunque nada cobarde. Infantil por escondida y con billete de vuelta.

Como el gato que llega una tarde, le dan leche y adopta como suyo el hogar extraño, Teo no siente nada suyo en ese lugar, pero calla y crece. Son las circunstancias las que le obligan a obrar con nocturnidad y alevosía. Debe hacer ese viaje, oler una vez más la piel de su gente, y volver sólo; pero su mujer odia a esa gente, esa historia, el lugar, el pasado... siempre se le ha notado, no disimula aunque evita crear polémica.
Teo camina por la casa, cuida dejar todo en orden. En la puerta espera su maleta y un taxi, en sus bolsillos lo básico, el postizo por lo que pueda decidir a última hora, el teléfono móvil para avisar en algún momento a su mujer y la última carta que llegó a su nombre, hace un año.

lunes, 15 de febrero de 2010

Era admirable, parecía que el tiempo no pasaba para él. Pero la verdad, ahora lo sé, es que esperaba a alcanzar la edad que siempre tuvo porque, en realidad, nunca fue joven. Una vez llegó, todo pasó deprisa. No le envidio.

lunes, 8 de febrero de 2010

mi barba

Bajábamos la escalera después del concierto, y en el tramo donde convergían las dos vertientes, miré al frente, buscándome en un espejo que intuía y no existía. El reflejo que encontré fue un hombre grueso, con barba, y a pesar de la evidencia de que no era tal reflejo, aún durante unos segundos creí que aquel era yo, un hombre grueso con barba. Me llevé la mano al mentón para acariciarla, y el vello no estaba. No sé que me sorprendió más... Ya me había acostumbrado a mi nueva apariencia, y estaba a gusto. Como sabes, me adapto en seguida.
Aquella noche pasamos horas en el portal, en pleno invierno, porque habías olvidado coger la llave. Y yo extrañaba aquellos brazos fuertes para abrazarte, y apaciguar tu frío. Te habría protegido más que con éstos míos, tan insignificantes. Nos quedamos callados esperando a que alguien nos abriera la puerta, no rompí el silencio porque no sabía de qué cosas hablan los hombres cuando se quedan a solas. Y me quedé dormida, pensando que hay días en los que me confundo con facilidad.
A la mañana siguiente tratamos de continuar con nuestra vida donde la dejamos, antes de ser hombre por una noche, pero ya nada volvió a ser igual. Ahora lo veo claro, ¿cómo no me di cuenta antes? debimos haber vuelto a aquella escalera a buscar mi reflejo, el que no volvió. Desde que me falta, me cuesta verme, no me encuentro.

miércoles, 3 de febrero de 2010

te recuerdo, Dany

Aún no sabía caminar y me enamoré perdidamente de un enano en el Retiro. Algo después, de una pareja de gemelos acróbatas, y con algo más de raciocinio, a los seis años, calculo, de Dany, el novio de Chabel, aquella muñequita de Feber que le hizo por poco tiempo la competencia al imperio de la Barbie.
Pasé una semana en cama con fiebre (yo recuerdo una semana, pero vete a saber... entonces los días eran eternos) y para más inri, se me estaban cayendo a la vez los dos incisivos superiores, o "paletas", para entendernos. Mi madre me trajo de regalo una muñeca Chabel vestida de Cleopatra y a Dany, que hacía las veces de director de cine. Recuerdo que me puse nerviosísima, no fui capaz de abrir esa caja a la primera, pero él me miraba a través del celofán, y yo a él a través de la fiebre.
Si bien es cierto que en general suelo seguir una dirección transversal a la habitual, que mi despiste emocional me haya llevado en algún momento a sentir amor hacia un muñeco me parece revelador. Tal vez sea un tipo de síndrome de Stendhal, pero yo sólo sé que mi amor era sincero, en todos los casos.
Por desgracia, los dos dientes se me cayeron esa misma tarde, bajo la atenta mirada de Dany. La vergüenza fue infinita, no fui capaz nunca más de sonreír en su presencia, incluso lo escondí.
Los dientes me tardaron mucho más de lo habitual en salir. Busqué, pero tan bien lo había escondido para que no me viera que no pude encontrarlo, y Feber ya había dejado de fabricar a Chabel, y toda su pandilla.
Hoy, tengo la sensación de que han dejado de fabricar a otras muchas personas a las que busco, porque no las encuentro, aunque de con ellas. O tal vez, aún no hayan salido del cajón donde alguien les puso alguna vez...

jueves, 14 de enero de 2010

Éste frío que no da tregua

Venía camino de la oficina, con más pena que gloria, recreándome en mi horita de lectura a buen resguardo que acababa de interrumpir por exigencias del guión cuando, a la altura de la avenida que separa el Madrid donde vivo del Madrid donde trabajo, esperando prudentemente a que el semáforo se ponga en verde para poder avanzar, me llama la atención un hombre sólo en la otra orilla, franqueado a un lado por un grupo de cinco jóvenes bien vestidas y bien despeinadas según el patrón que impera entre la juventud de alto poder adquisitivo que quiere parecer "alocada", o lo que es lo mismo, estudiantes del ICADE, y al otro por un matrimonio de edad avanzada cogidos del brazo, mirando pasar los coches; uno sigue con la cabeza a los que vienen por su derecha, otra a los que vienen por su izquierda, y así funcionan, como un todo de dos cabezas, perfectamente asidos puesto que sus cuerpos llevan ya años apoyándose el uno en el otro. El semáforo se pone en verde, el hombre y yo nos acercamos y veo que llora, el ve que yo lo veo porque me mira fijamente. De ésto hace ya algo más de veinte minutos. Hubiera preferido que no me mirara fijamente mucho más que que no llorara.
Fue fugaz, pero un montón de pensamientos vinieron en tropel a mi cabeza. El más estúpido: que tal vez lloraba porque éste frío no da tregua. Estúpido, sí, pero reconfortante, consuela saber que no hay invierno que dure toda una vida.
Cualquier cosa antes que darme cuenta de que esa imagen me ha dejado tocada. Que para que un hombre de cuarenta y tantos años y aspecto fuerte llore en la calle, sin detenerse siquiera, tiene que haber una razón muy triste. Y me ha mirado, y me ha salpicado su pena. Ahora creo que cada vez que pase por ese lugar voy a recordar éste momento, y ésto sucede cuatro veces al día, cinco días a la semana. Es mucho, y es injusto, porque a él algún día se le olvidarán los motivos, como pasa siempre cuando llega por fuerza la primavera, pero a mí, como me pasa siempre, se me pegará al recuerdo su mirada y tendré unas leves ganas de llorar demasiadas veces al día.