De alguna manera consiguió un revólver, con más facilidad que un colchón de muelles usado, todo hay que decirlo. Se sentaba con lo puesto sobre el suelo desnudo, y a la noche salía a buscar ladrones. Alguien que vistiera un cinto, zapatos, no sé, algo suyo. Sin razón ni paciencia, que también cuestan más que un revólver.
En algún momento su señora se dio cuenta, y zanjó la historia, con las palabras justas, supongo, con algún cariño, con miedo, llenando el vacío.
El señor Luís, una vez recuperado, se separó de su señora y se fue con otra, un poco loca, porque "le daba mucha vida". Irónico, le daba la vida que había salvado aquella otra señora tan aburrida. Y la señora aburrida, se quedó entonces vacía. Con muebles, pero sin su vida, y sin su gente.
El Doctor Julio, anestesista, encontró bajo un puente en la muela de un paciente una pastilla de cianuro. Ésta es anterior, entre 1976 y 1980. Por miedo a ser capturado por los militares, éste señor procuraba tener la muerte a mano, al alcance de la lengua, casi.
Si empezaba a notar sabor amargo, la cambiaba de muela, digo yo, no lo sé... Sé que es cierto, y sé que a la hora de morir, o matar, nos sobra ingenio.
Yo no tengo ningún puente en ninguna muela, y me da más miedo enfrentarme al dentista que a una pastilla de cianuro. Pero también me da más miedo olvidar, o volverme a equivocar, que la maldita pastilla de cianuro. Para ser felices sí que nos faltan recursos.