martes, 27 de julio de 2010

y ésto no sólo pasa en Argentina

El señor Luis llegó una noche a su casa, en Lanús, año 2002, y la encontró vacía. No de gente, no de vida, literalmente vacía. El corralito había crispado a la misma crispación, y el señor Luís se quedó sin nada, nada en la casa, nada en el banco... de acuerdo, sí, con vida, con su gente. Pero vacío.
De alguna manera consiguió un revólver, con más facilidad que un colchón de muelles usado, todo hay que decirlo. Se sentaba con lo puesto sobre el suelo desnudo, y a la noche salía a buscar ladrones. Alguien que vistiera un cinto, zapatos, no sé, algo suyo. Sin razón ni paciencia, que también cuestan más que un revólver.
En algún momento su señora se dio cuenta, y zanjó la historia, con las palabras justas, supongo, con algún cariño, con miedo, llenando el vacío.

El señor Luís, una vez recuperado, se separó de su señora y se fue con otra, un poco loca, porque "le daba mucha vida". Irónico, le daba la vida que había salvado aquella otra señora tan aburrida. Y la señora aburrida, se quedó entonces vacía. Con muebles, pero sin su vida, y sin su gente.

El Doctor Julio, anestesista, encontró bajo un puente en la muela de un paciente una pastilla de cianuro. Ésta es anterior, entre 1976 y 1980. Por miedo a ser capturado por los militares, éste señor procuraba tener la muerte a mano, al alcance de la lengua, casi.
Si empezaba a notar sabor amargo, la cambiaba de muela, digo yo, no lo sé... Sé que es cierto, y sé que a la hora de morir, o matar, nos sobra ingenio.

Yo no tengo ningún puente en ninguna muela, y me da más miedo enfrentarme al dentista que a una pastilla de cianuro. Pero también me da más miedo olvidar, o volverme a equivocar, que la maldita pastilla de cianuro. Para ser felices sí que nos faltan recursos.


lunes, 26 de julio de 2010

hablábamos de sueños

Hablábamos de sueños recurrentes la otra tarde, en una terraza del centro de Madrid.
Diana puede respirar bajo el agua, pero desconfía de su capacidad, aunque no se pone muy nerviosa. Cuando vuela, vuela rápido. Ariadna y yo no, nosotras volamos torpes, a ras de suelo, dando brazadas como si nadáramos en el aire. Ariadna, además, visita a menudo las casas en las que ha vivido. Hace tanto que a mí no me pasa...
Supongo que en los últimos años, desde que decidí vivir por mi cuenta, demasiado joven y sin reflexionar, me he mudado tantas veces que no he terminado de sentirme en casa, nada que recordar. Los lugares de la infancia, bien lo sabe mi inconsciente, mejor no tocarlos a la ligera, nostalgitis aguda.
Mis pasos cuando estoy despierta, sin embargo, me llevan a menudo a la puerta de una casa a la que he entrado a menudo pensando que era para toda la vida, y de la que otras tantas veces he salido para siempre.
Si Madrid tuviera desagüe, la fuerza de Coriolis me arrastraría irremediablemente al portal número 12 de la pequeña calle en cuesta.

Solía soñar hace años que me perdía en las ferias por la noche, que me quedaba sola flotando en mar abierto; soñaba historias que continuaban en el sueño siguiente, o meses más tarde; y soñaba que me casaba vestida de comunión con hombres que me presentaban ese mismo día.
Soñaba a menudo, ahora ya no sueño tanto, o no me acuerdo.
Pero me sigo perdiendo por las noches, y con facilidad me quedo sola. Conozco hombres con los que querría casarme, aunque la historia no continúe ni al día siguiente, ni meses más tarde.
Creo que ya no sueño porque estoy despierta. Es una pena que los buenos somníferos sólo los vendan con receta.