lunes, 20 de septiembre de 2010

bucles infinitos

Algunas mañanas sales de casa con lo puesto, sin el pasaporte porque por el barrio no es necesario, sin cantimplora, ni el cepillo de dientes ni nada más que lo básico, inocentemente preparada para ver una película en el cine y a casa, o tomarte a lo sumo una cerveza donde siempre y sin saber cómo, te ves envuelto por lo que acostumbro a llamar un bucle infinito que empieza un miércoles y termina quiensabecuando. Suelen durar una semana, o cinco días. Lo que resulta infinito es la percepción del tiempo durante el bucle, y sin duda, sus consecuencias. Siempre prometedoras al principio, tristes o desconcertantes al final.
Son bucles con relleno, no es simplemente un me encuentro con Fulano que ha quedado con Mengano y nos juntamos con Zutano bla bla bla... éstos son auténticas napolitanas de crema social y personal, que te comes con la cabeza acartonada, la lengua de trapo, y los oídos zumbando canciones rancias de tres días.
Hace un año y dos meses que tomé una decisión complicada. Aquella vuelta de tuerca me mantuvo en la calle de forma casi constante durante meses, incapaz como me sentía de sostener las paredes de mi casa, una casa más de cualquiera que mía. A la intemperie, tan expuesta a dejarme llevar, entré en un sinfín de bucles infinitos que fueron definiendo mi opinión actual: que cualquiera puedo ser yo, así que me quedo en ésta casa de alguien como si fuera mía, y piso la calle en caso de fuerza mayor.
Cada vez que pongo un pié fuera me tiembla la rodilla. El pasado miércoles me aventuré sin embargo a ir más allá y probé incluso con Manoteras. Sabía que traería consecuencias y en efecto, algo inédito, un choque de bucles. El núcleo de la circunferencia descrita no importa, es lo más tedioso del asunto, ya de por sí cansado. Pero la trayectoria ha sido clara y termina como empezó, conmigo. Quiero decir, que termina por un lado con unas pequeñas ilusiones que empezaban a brotar en cierta jardinera que tengo por cabeza, y por otro con silencio y mirada hacia otro lado donde prometimos que habría cariño para siempre. Yo me quedo con la sensación asfixiante de no encontrar lugar ya en ningún otro, decidida a hacer al menos lugar en mí, para no asfixiar del mismo modo.
Y ahora que estoy sentada en la silla donde paso ocho horas diarias, la misma que me ajustó para cuidar mi espalda aquel que ahora debo anular para reocupar su espacio, pienso que tal vez el "Voy a cuidar de tí toda la vida, estés conmigo o no" se refería más bien a lo que dure éste respaldo en la posición ajustada. O lo que tarde en romper las baquetas regaladas, porque la velocidad a la que yo me desajusto y me rompo en su memoria es trepidante. Y me cuesta creer, mientras atiendo las mismas llamadas de siempre desde hace tres años, todo lo sucedido en los últimos cinco días. Definitivamente he entrado en esa edad en la que atacan los fantasmas, porque sólo conozco a gente asediada por ellos, y cuesta mantener la sonrisa a no ser que sea una risa tonta, pero tonta tonta.

Ésta tarde me hago fuerte en mi sofá, por mucho tiempo. Porque ahora que llega el frío, los bucles son más duros. Cuesta reponerse. Y el último ha alterado a mis fantasmas y me ha dejado sin abrigo.