jueves, 14 de enero de 2010

Éste frío que no da tregua

Venía camino de la oficina, con más pena que gloria, recreándome en mi horita de lectura a buen resguardo que acababa de interrumpir por exigencias del guión cuando, a la altura de la avenida que separa el Madrid donde vivo del Madrid donde trabajo, esperando prudentemente a que el semáforo se ponga en verde para poder avanzar, me llama la atención un hombre sólo en la otra orilla, franqueado a un lado por un grupo de cinco jóvenes bien vestidas y bien despeinadas según el patrón que impera entre la juventud de alto poder adquisitivo que quiere parecer "alocada", o lo que es lo mismo, estudiantes del ICADE, y al otro por un matrimonio de edad avanzada cogidos del brazo, mirando pasar los coches; uno sigue con la cabeza a los que vienen por su derecha, otra a los que vienen por su izquierda, y así funcionan, como un todo de dos cabezas, perfectamente asidos puesto que sus cuerpos llevan ya años apoyándose el uno en el otro. El semáforo se pone en verde, el hombre y yo nos acercamos y veo que llora, el ve que yo lo veo porque me mira fijamente. De ésto hace ya algo más de veinte minutos. Hubiera preferido que no me mirara fijamente mucho más que que no llorara.
Fue fugaz, pero un montón de pensamientos vinieron en tropel a mi cabeza. El más estúpido: que tal vez lloraba porque éste frío no da tregua. Estúpido, sí, pero reconfortante, consuela saber que no hay invierno que dure toda una vida.
Cualquier cosa antes que darme cuenta de que esa imagen me ha dejado tocada. Que para que un hombre de cuarenta y tantos años y aspecto fuerte llore en la calle, sin detenerse siquiera, tiene que haber una razón muy triste. Y me ha mirado, y me ha salpicado su pena. Ahora creo que cada vez que pase por ese lugar voy a recordar éste momento, y ésto sucede cuatro veces al día, cinco días a la semana. Es mucho, y es injusto, porque a él algún día se le olvidarán los motivos, como pasa siempre cuando llega por fuerza la primavera, pero a mí, como me pasa siempre, se me pegará al recuerdo su mirada y tendré unas leves ganas de llorar demasiadas veces al día.