martes, 23 de febrero de 2010

así empieza lo que nunca acabo

Llegará un momento en que la bola de pelo que vamos engordando según lamemos el tiempo empuje por salir. Podremos decir entonces que ya somos gatos viejos.

Teo tiene sesenta y cuatro años y más pelo por dentro que por fuera. Eso es evidente; tanto que ésta misma mañana salió a comprar un postizo. No ha tenido que inventar ninguna excusa, sale a caminar todas las mañanas 15 kilómetros, sí ha tenido que omitir el detalle, le da vergüenza.
Ahora está en el baño en calzoncillos, frente al espejo, tratando de encontrar la posición idónea para que su frente no parezca el fleco de una alfombra, dándole vueltas a la maraña. Por su cabeza se detienen otras cosas, otros pensamientos que siguen con los ojos las opciones de flequillo pero no le prestan atención. Últimamente recuerda demasiado, como una imagen fija, su pasado.
Otra vuelta al postizo. Aprovecha el tiempo, sabe que fuera del baño no va a poder utilizarlo. Sería ridículo; ya se siente ridículo estando sólo (y lo siente bien).

El resto del día no será importante en apariencia, lo pasará terminando las piezas de una Norton BIG4 633 cc del 38, a escala, como todos los días, en su taller tan pulcramente organizado que parece un museo de motociclismo en pequeñito. Su ventana da al patio de un colegio. Por la noche, en cambio, le dará un giro a su vida.
Es lo que tiene quedarse sólo en casa en estado reflexivo, nostálgico, teniendo experiencia previa en cambios de rumbo, decisiones implacables, le pese a quien le pese.
¿Una huída? una huída. Infantil, aunque nada cobarde. Infantil por escondida y con billete de vuelta.

Como el gato que llega una tarde, le dan leche y adopta como suyo el hogar extraño, Teo no siente nada suyo en ese lugar, pero calla y crece. Son las circunstancias las que le obligan a obrar con nocturnidad y alevosía. Debe hacer ese viaje, oler una vez más la piel de su gente, y volver sólo; pero su mujer odia a esa gente, esa historia, el lugar, el pasado... siempre se le ha notado, no disimula aunque evita crear polémica.
Teo camina por la casa, cuida dejar todo en orden. En la puerta espera su maleta y un taxi, en sus bolsillos lo básico, el postizo por lo que pueda decidir a última hora, el teléfono móvil para avisar en algún momento a su mujer y la última carta que llegó a su nombre, hace un año.

lunes, 15 de febrero de 2010

Era admirable, parecía que el tiempo no pasaba para él. Pero la verdad, ahora lo sé, es que esperaba a alcanzar la edad que siempre tuvo porque, en realidad, nunca fue joven. Una vez llegó, todo pasó deprisa. No le envidio.

lunes, 8 de febrero de 2010

mi barba

Bajábamos la escalera después del concierto, y en el tramo donde convergían las dos vertientes, miré al frente, buscándome en un espejo que intuía y no existía. El reflejo que encontré fue un hombre grueso, con barba, y a pesar de la evidencia de que no era tal reflejo, aún durante unos segundos creí que aquel era yo, un hombre grueso con barba. Me llevé la mano al mentón para acariciarla, y el vello no estaba. No sé que me sorprendió más... Ya me había acostumbrado a mi nueva apariencia, y estaba a gusto. Como sabes, me adapto en seguida.
Aquella noche pasamos horas en el portal, en pleno invierno, porque habías olvidado coger la llave. Y yo extrañaba aquellos brazos fuertes para abrazarte, y apaciguar tu frío. Te habría protegido más que con éstos míos, tan insignificantes. Nos quedamos callados esperando a que alguien nos abriera la puerta, no rompí el silencio porque no sabía de qué cosas hablan los hombres cuando se quedan a solas. Y me quedé dormida, pensando que hay días en los que me confundo con facilidad.
A la mañana siguiente tratamos de continuar con nuestra vida donde la dejamos, antes de ser hombre por una noche, pero ya nada volvió a ser igual. Ahora lo veo claro, ¿cómo no me di cuenta antes? debimos haber vuelto a aquella escalera a buscar mi reflejo, el que no volvió. Desde que me falta, me cuesta verme, no me encuentro.

miércoles, 3 de febrero de 2010

te recuerdo, Dany

Aún no sabía caminar y me enamoré perdidamente de un enano en el Retiro. Algo después, de una pareja de gemelos acróbatas, y con algo más de raciocinio, a los seis años, calculo, de Dany, el novio de Chabel, aquella muñequita de Feber que le hizo por poco tiempo la competencia al imperio de la Barbie.
Pasé una semana en cama con fiebre (yo recuerdo una semana, pero vete a saber... entonces los días eran eternos) y para más inri, se me estaban cayendo a la vez los dos incisivos superiores, o "paletas", para entendernos. Mi madre me trajo de regalo una muñeca Chabel vestida de Cleopatra y a Dany, que hacía las veces de director de cine. Recuerdo que me puse nerviosísima, no fui capaz de abrir esa caja a la primera, pero él me miraba a través del celofán, y yo a él a través de la fiebre.
Si bien es cierto que en general suelo seguir una dirección transversal a la habitual, que mi despiste emocional me haya llevado en algún momento a sentir amor hacia un muñeco me parece revelador. Tal vez sea un tipo de síndrome de Stendhal, pero yo sólo sé que mi amor era sincero, en todos los casos.
Por desgracia, los dos dientes se me cayeron esa misma tarde, bajo la atenta mirada de Dany. La vergüenza fue infinita, no fui capaz nunca más de sonreír en su presencia, incluso lo escondí.
Los dientes me tardaron mucho más de lo habitual en salir. Busqué, pero tan bien lo había escondido para que no me viera que no pude encontrarlo, y Feber ya había dejado de fabricar a Chabel, y toda su pandilla.
Hoy, tengo la sensación de que han dejado de fabricar a otras muchas personas a las que busco, porque no las encuentro, aunque de con ellas. O tal vez, aún no hayan salido del cajón donde alguien les puso alguna vez...