miércoles, 10 de abril de 2013

Manuel

En la esquina de la calle Princesa con Evaristo San Miguel, desde hace vete tú a saber cuantos años, en la escalinata que da entrada a lo que hasta hace poco fue una sucursal de Halcón Viajes, vive Manuel. Bueno, no sé si se llama Manuel, yo llamo Manuel a todo aquel del que desconozco el nombre desde que me dio por llamar así a éste Manuel, el primero de todos, el auténtico Manuel. Hace ya mucho tiempo. Yo tendría 13 años y casi a diario recorría la calle Princesa desde el Intercambiador de Moncloa hacia donde quiera que fuera. Y Manuel ya estaba ahí, sentado a la puerta de Halcón Viajes, sin viajar a ningún lado, con un carro de supermercado hasta arriba de libros, siempre con uno en la mano, leyendo, solito y callado. Yo le echaba unos cuarenta años; un hombre atractivo con barba negra, perfil quijotesco, mirada tranquila, de tío listo. Imposible no fijarse en él. Yo, que por aquel entonces leía muchísimo porque todavía era tímida y capaz de fijar la atención en algo el tiempo que hiciera falta, había hecho una selección de los libros que me habría gustado regalarle a Manuel, los tenía apartados del resto en mi habitación, pero nunca encontré el momento de llevárselos. Cumplí 17 y me fui de casa, ya no recorría Princesa a diario, ni muchísimo menos, y los libros que le había guardado se mezclaron con el resto. Pero a lo que voy; hace cuatro años me mudé muy cerca de donde vive Manuel. Una tarde pasé frente a su escalera y ahí seguía, doce años más tarde. Tal vez fuera más dispersa pero no había perdido la memoria, sin duda era él, pero sin libros, ya le habría dado tiempo a leerlo absolutamente todo, a vernos pasar a absolutamente todos, a escuchar absolutamente todas las conversaciones ajenas, a pensar en todo y sacar absolutamente todas las conclusiones, hasta llegar a la más importante. Seguía aparentando tener cuarenta años. El país se fue por el sumidero, Halcón Viajes también, y cerró aquella sucursal para mudarse a otro local mucho más pequeño unos metros más abajo. Apuesto, sin miedo a equivocarme, a que despidió a gran parte de la plantilla. Algunos de aquellos tal vez en algún momento se quejaran de la eterna presencia de Manuel a la puerta de su trabajo, otros incluso hicieron bromas a su costa, seguro. Pero Manuel no ha perdido su puesto, ni se ha tenido que mudar a otra escalera porque él no paga con dinero su rincón en el mundo. Lo pagará de algún otro modo más humano, claro, nada es gratis. El mundo por el que nos empeñamos a apostar cierra, se muda, quiebra, nos despide. Y el que postergamos, o directamente ignoramos, siempre va a estar ahí. Manuel lo sabe, estoy segura, porque él ya ha alcanzado la conclusión más importante, que no tengo ni la menor idea de cual es, yo ni siquiera encontré un hueco para dejarle un libro sobre el escalón...