sábado, 28 de febrero de 2009

jueves, 19 de febrero de 2009

lunes, 16 de febrero de 2009

Como si se tratara de anillos en la sección de un árbol, Manuel era capaz de calcular la edad de una mujer por los eslabones que alcanzaba a tener su trenza. Era 1880, cuando la moda femenina no consideraba elegante lucir melenas cortas, y por ende, muchas habrían dado la cabeza antes que unos centímetros de cabello.
Manuel viajaba con su carromato comprando pelo al peso, a las clases humildes, claro. Como mínimo, la trenza debía medir un largo de 40 centímetros. Unos quince años de espera. Así pues, ésta transacción sólo podía hacerse una, a lo sumo dos veces en la vida. El pelo, que lucirían después nobles, reyes y doncellas en pelucas y tocados, previamente despiojado y lavado, cotizaba en alza, como cotiza el orgullo.

jueves, 12 de febrero de 2009

La Ruta

Empieza el día. Salgo del portal de mi casa en el número π de la calle Molino de Viento. Bajo esa cuesta infernal por la que algún día caeré rodando en un tropiezo fatal, hasta topar de bruces con Pez. A la izquierda hasta la Corredera, justo en la esquina con Puebla, una mujer enjuta y beoda, indigente, defeca libremente ¿y por qué no? sobre la acera, propiedad privada de los perros y las palomas para éstos menesteres. Me mira fijamente mientras paso junto a ella, no me insulta, ni me increpa, sé que no va a salir corriendo detrás mío con un palo porque le llevaría tiempo liberarse de sus quehaceres, pero, aún así, no sé... me incomoda. 
Siguiendo Puebla, unos pocos metros más allá, donde cruza con Barco, un inusual y casi fantasmagórico atasco de coches, el Sr Eusebio que pasa por mi lado dice para sí y contra mi oído "Mucha crisis mucha crisis pero nadie aparca el coche", cuanta razón de buena mañana. 
Por fin Valverde, enseguida San Onofre, olor a bollos, acelero el paso, Fuencarral ya huele a rutina y modernidad. Dependientas con peinados a lo Winehouse abriendo persianas metálicas, fumando el último cigarro de las próximas dos o tres horas, viéndome pasar, nos vemos cada día, pero no nos saludamos ¿para qué? ¿qué ganaríamos con eso? nos da tranquilidad reconocernos mañana a mañana y punto. El día que las despidan, posiblemente, seré la única que me de cuenta.
Infantas, atravieso Hortaleza hasta la Plaza de Vázquez de Mella. Dani, mi peluquero, 1'40 m más o menos, espera con su perra a escala a su jefe en la puerta de la peluquería, la perra se choca conmigo en un arranque adrenalínico, "Tienes una perra desequilibrada" le digo, y me siento mal por haberlo dicho, más o menos hasta Gran Vía, ahí se me pasa el ardor de conciencia, la Gran Vía es como una bofetada que lleva despierta ya muchas horas, ajustarse a su ritmo no da concesión a pequeños pensamientos de mañana. Oficialmente, el día a arrancado en mis pulsaciones. 
Cruzo, sigo por Caballero de Gracia, Alcalá, Plaza de Canalejas, en la pizarra del Café del Príncipe alguien ha escrito que hay Several Sandwich and Sinpanis Omelette. ¿Como alguien que conoce la palabra inglesa several puede, acto seguido, cagarla tanto, sinpanis...
Calle del Príncipe, ojalá pudiera desandar la ruta hasta mi cama. En el edificio donde está mi oficina hay una clínica de rehabilitación, esto explica que tres ancianas cojas entren conmigo en el ascensor. Tenía la esperanza de quedarme encerrada toda la mañana (alguna vez ha pasado ya, a mí aún no) pero con ésta compañía tengo dudas. Me cuesta hacerlas entender que tienen que salir ellas primero para dejarme paso, lo consigo. Hay luz por debajo de la puerta, mi jefa ha llegado antes que yo, se acabó. 

miércoles, 4 de febrero de 2009

Óscar

A veces, el destino actúa influenciado por Millás, y entonces el día es a la vez dulce y amargo. Pero algo aprendes.Caminas por la calle camino de casa, cargada con bolsas, y un mendigo muy bien peinado, en un intento perceptible de construir la mejor fachada con las peores piedras, te detiene y sabes bien que no te va a preguntar por una dirección, ni te trae un mensaje secreto de la CIA. Sabes que algo quiere, y efectivamente, algo te pide.

- Soy maricón, tranquila - me dice - no voy a hacerte nada - como si lo único que doliera en el mundo fuera de índole sexual, que tal vez... - me enamoré de un hombre que falleció hace un mes, tengo cáncer de piel en la planta de los pies, depresión, vergüenza y una familia que me odia-.
Me enseña las plantas de los pies, abrasadas por la calle, similares a las de un elefante corredor de maratones. No, no me impresiona esa imagen, ni me impresiona el relato apresurado de su vida, ni su condición confesada bajo luto en pleno barrio del orgullo gay. Pero me quedo, y sigue...
- No me operan de momento, porque no me muero, pero necesito calmar el dolor y el aspecto - siempre de la mano - quiero unos zapatos terapéuticos con imanes y nadie me los regala-. Yo llevaba en el bolsillo unos euros para cambiar mis botas queridas por unas nuevas con tacón, que me llenen los pies de raspaduras en ese odiado lapso de tiempo que vengo evitando demasiado, en el que la piel dura se ablanda. Ironía, y me gusta la ironía, y confío en la rareza.
Le di los euros, me quedé sin raspaduras, pero con una sensación extraña en el cuerpo.

- A las 19.30 estaré aquí mismo para enseñarte los zapatos -

19.29 y Óscar (que así se llama) se acerca tímido justo en el momento en que empiezo a sentirme estúpidamente utópica y generosamente gilipollas. En el instante en que el buen karma empezaba a resvalarme por la cara de decepción. "Éste tío no viene, ni siquiera para robarme el bolso" el momento de magia de las 14.00 se ha ido enfriando en 5 horas. Pero Óscar se acerca tímido y me mira desde lejos, ninguna bolsa en la mano, mismas chancletas sucias en los pies. "¿Y ahora?" vendrá a excusarse por no llegar con presupuesto a la tienda, e ir dejando migas de pan por las máquinas tragaperras (o tragavidas). Esperaba que viniera, aunque tuve dos momentos de pensamiento negativo, sabía que vendría, pero también sabía que vendría con zapatos terapéuticos de imanes, y supe mal.
Óscar me enseña el dinero, viene a demostrarme que no se lo ha gastado en las tragaperras, tampoco en tabaco, ni en bocadillos. Tampoco en zapatos terapéuticos... y tampoco me lo va a devolver. Óscar me vuelve a contar su vida, pero ya no me provoca ningún sentimiento, frío absoluto. Yo me he quedado sin raspaduras, y él es capaz de mantener su mentira 5 horas más tarde. Yo he ganado algo en que pensar, algo que contar, un sentimiento nuevo, una experiencia... él 20 euros, y una sorpresa.
Charlamos un rato, entiendo que nunca estará bien, nunca mejor que en ese mismo instante, cada día un poco menos peinado hasta que todo acabe. Soy la última persona en el mundo que le ha visto en su mejor momento desde hoy hasta que muera...Nunca más estará bien, pero podrá comprarse unos zapatos con imanes para su piel destrozada por el asfalto ardiendo, llagas que él llama cáncer, pero no lo es, y no da más lástima por ello. O no, podrá fumarse una cajetilla entera de cigarros enteros, ¿qué más dá? capricho más tonto era el mío, tacones... ¡qué ideas!

martes, 3 de febrero de 2009



Ryan McGinley