lunes, 16 de febrero de 2009

Como si se tratara de anillos en la sección de un árbol, Manuel era capaz de calcular la edad de una mujer por los eslabones que alcanzaba a tener su trenza. Era 1880, cuando la moda femenina no consideraba elegante lucir melenas cortas, y por ende, muchas habrían dado la cabeza antes que unos centímetros de cabello.
Manuel viajaba con su carromato comprando pelo al peso, a las clases humildes, claro. Como mínimo, la trenza debía medir un largo de 40 centímetros. Unos quince años de espera. Así pues, ésta transacción sólo podía hacerse una, a lo sumo dos veces en la vida. El pelo, que lucirían después nobles, reyes y doncellas en pelucas y tocados, previamente despiojado y lavado, cotizaba en alza, como cotiza el orgullo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Mhm, antes había oficios de lo más interesantes. Según mi padre, por su pueblo se paseaba un señor al grito de "el sustanciadooor". El señor llevaba el hueso de una pata de jamón serrano, y si le pagabas la cantidad convenida, por unos minutos te lo dejaba meterlo en tu sopa (hasta que cogiera...sustancia).

Anónimo dijo...

¡¡Anda!! ¿eso es en serio?
vaya vaya, ese tema da para mucho... gracias, me acabas de dar una gran idea :-)

Alberto M. dijo...

Mola!