jueves, 31 de diciembre de 2009

Como un ciclo ordenado de carreras circulares, me mantengo en pié gracias al movimiento compatible de mi desorden interior con el desorden exterior, y en medio de tanta locura, vuelves tú con tus prisas desiguales.
Te sientes bien, consideras el pasado una prisión, y proyectas en el día a día una energía extraña de juventud reciclada, adolescencia tardía.
Entre el ayer y hoy, te cruzaste conmigo, y tal vez te recuerde más que nadie que tú no eras entonces, pero mucho menos eres ahora. Y tal vez, por esa cualidad de ser atemporal contigo y seguir inalterable en cada tiempo, es que sabes como yo que conozco tu voz, que conozco tu olor, y que no es ni el hedor de dulzor amargo de los 17 ni la madera especiada de los 35. Hueles a hierba mate con limón, a fresa helada, hueles a limpio y a tardes tranquilas. Hueles como yo, con acentos compartidos, notas que vienen de lejos, y un fondo de hogar en pista.
Puedes seguir callado cuando pases por mi lado, puedes desviar la mirada, que siempre (y lo sabes bien) acabarás cediendo en el punto flaco, como cedes, como un ciclo ascendente pero lento al que permanezco atenta.
Y yo gano y pierdo la ilusión de que pases el trance de postpubertad, y que se te cure la picazón en las palmas de las manos, y tu piel vuelva a ser suave y llegue a ser nuestra, tuya al menos. Y aunque veas que a veces pierdo el norte y yo también me venzo, sólo con soplarme vuelo alto, solo con llamarme vuelvo al centro...
Algo me he dejado en tu habitación, mira debajo de la cama, creo que he perdido un zapato, un pendiente o el cinturón. Cuando te levantes, miralo todo a la luz y busca, dedícale un tiempo, porque algo me he dejado, seguro. Me siento más ligera que antes, creo que me he dejado el amor que te tenía.

jueves, 5 de noviembre de 2009

atrapando mariposas

Todo responde a un orden, incluso el caos lo es en relación a su orden, ilógico, ausente - ésto si realmente existe un caos y no simplemente incomprensión.- Alivia pensar que nada es tan ininteligible, si prestamos atención a su estructura, como alivia pensar que nada es para siempre.
De éste modo, el lenguaje se forma por elementos de distinta magnitud, cuyo mínimo exponente son las letras (o fonemas), veintiséis piezas en el alfabeto español. Con éste mínimo puñado de conocimiento somos capaces de elaborar discursos, expresar ideas... ¿Y si la experiencia también estuviera compuesta por mínimos elementos, a penas veintiséis? Veintiséis lecciones que uno aprende en la vida, si está atento. Veintiséis claves que van poco a poco formando un alfabeto, un todo que, combinado entre sí, conforma y resulta experiencias mayores, hechos concretos, situaciones, relaciones o reacciones.
Yo vivo buscando lo que he decidido llamar mis letras de la empírica escondidas en los detalles comunes que voy observando en cada momento. Porque nada hay tan complejo, nada surje de la nada. Vivimos y nos relacionamos con semejantes, aprendemos y aprehendemos los unos de los otros, nos vamos pasando las claves sin saberlo, como polinizando de enseñanzas al prójimo.
Así, podremos llegar a entender que pocas veces nos encontramos con situaciones desconocidas o nuevas, sino que a las ya vividas, se han sumado una, dos o más letras que aún no habíamos atrapado. Y no pasa nada, preparamos la red y la lanzamos, habremos sufrido, tal vez, pero ganamos tanto...
Otras veces nos enfrentaremos a alguna jerigonza; reconoceremos letras que ya poseemos pero no entenderemos el lenguaje, porque dentro de la experiencia también hay idiomas, palabras desconocidas, y será difícil, puesto que nuestro orden materno no servirá de nada. Habremos de asimilar el nuevo orden, la nueva lengua.
Así me he encontrado yo en los últimos tiempos, extranjera en mi propia vida, totalmente "pez" en un agua que no era la mía, pero he entendido el mecanismo, ¡tengo nuevas piezas muy valiosas en mi mariposario! me siento políglota y aunque nada se ha solucionado, ahora al menos puedo hablar, sé cómo vivirlo.

lunes, 19 de octubre de 2009




Tríptico para la exposición "Momentos íntimos" de fotografía instantánea

domingo, 18 de octubre de 2009

Tres tristes tigres, se calculan

Vivo a unos pocos palmos sobre el nivel del suelo. En una plaza tranquila, que no deja de ser por ello una plaza.
A partir de cierta hora, los sonidos de la ciudad, como sabemos, se acallan. Entonces, a ésta habitación a la altura de los ojos, llegan las voces y se quedan, porque como sabemos, las orejas están, más o menos, a la altura de los ojos.

- Para una consulta (...) no, bueno, si (...) Patricia (...) desde Madrid.

Yo ya estaba casi dormida, y Patricia, desde Madrid, se quedó sin querer para hacerme una consulta.

- Soy Leo

Ésta afirmación se me antojó curiosa, "Soy Leo", Leo, luego soy. Soy Patricia y Leo. Quise asomarme y preguntar "Patricia, ¿qué lees?", para luego cerrar corriendo la ventana y reírme de la tontería.

- Quiero preguntar algo sobre el amor (...) no, yo sóla.

Y conté mi primer tigre triste. Que además es Leo, que está sóla, y llama a un 806 para que alguien le diga qué coño pasa con el amor.
Recordé entonces a una mujer con la que me crucé no hace mucho, iba cargada con las bolsas de la compra por las calles de Carabanchel hablando por el móvil, afirmaba grandes conclusiones sobre una vida que no concluye, y me pareció sin duda que aquella mujer se dedicaba profesionalmente a éste tipo de charlas.
De no ser por la pereza que me daba vestirme, hubiera salido en ese momento a decirle a Patricia "Cuelga, sé con quien hablas, no te creas nada".

Sé quién es, la ví, es otro tigre triste, que atiende el teléfono a las tres de la madrugada, que sigue una pauta, que pregunta para olvidar tu respuesta, que conoce tantas vidas que la suya le parece un chiste.
Que jamás llamará a un 806 por miedo a encontrarse a sí misma al otro lado de la línea y verse obligada a decirse la verdad.

Y tigre triste yo, que son las tres y no me duermo, que escucho a Patricia y me da igual, pero sigo escuchando, de hecho me he sentado en el suelo al filo de la ventana y espero (ójala) que repita en voz alta algo de lo que le cuentan al otro lado, por si acaso me sirviera, ¡aunque no creo nada de eso!... pero ¿quién sabe?

jueves, 15 de octubre de 2009

Pirineos, por ejemplo...

Subo al tren a las 13.30 h. Del otro lado, la estación de Atocha.
Hacía tiempo que no emprendía un viaje, por corto que fuera, sin despedirme antes con un beso, o en su defecto, esperar ese beso en mi destino. El vacío es considerable y miro a mi al rededor, no sea que alguien esté esperando a dármelo, y yo, despistada y ensimismada en ésta ausencia, no me esté dando cuenta de que tiene remedio. Pero no. Nadie ofrece su mejilla ni frunce los labios. Nadie me mira, de hecho.
Coche 17. Asiento 15D. Clase turista. El teléfono no suena, mi lectura ofrece las mismas palabras a cualquiera y se vende barato. Ayer llevaba éstos mismos pantalones, hoy me sobran unos cuantos días.
Los asientos se van ocupando, fui la primera en entrar, ahora somos un buen bestiario. A mi lado, una mujer de unos setenta y muchos años. La saludo, mira hacia otro lado, no me ofende, y a la media hora está dormida sobre mi hombro imposibilitando cualquier maniobra evasiva, imposible zafarse de ese cuerpo enjuto y amargado. Sólo mi brazo derecho disfruta de plena libertad de movimientos.
Y así llegamos a Zaragoza, y una mujer gitana en kit y cara de apache, con delantal y bata estampados, flor en el pelo, pendientes de coral rojo y oro y tres bolsones de aquellos de telilla plástica a plena capacidad, hace su entrada en el vagón. No sabe leer ni reconoce números, la azafata debió comunicarla que su plaza era la 16D y la mujer proclama por su asiento, voz en grito, ofendiendo a un personal sin demasiada paciencia por lo visto, pero mucho menos mundo. "Aquí, señora, frente al mío"... bolsazo a dos o tres cabezas, diez pasos torpes y ya la tengo sentada a pocos centímetros. Otra que no agradece. Me siento aplastada por una losa apática. Así nos las gastamos por éstos mundos.
Al fin libre, me dirijo a la cafetería, y en lo que me bebo una botellita de agua hemos llegado a destino. El viaje ha pasado demasiado rápido, como todo últimamente. Ahora querría bajar del tren y meterme en mi cama, lo más parecido que conozco al fin del mundo. El lugar más solitario e inmenso, y no comprendo por qué me dirijo a Pirineos, si yo lo que buscaba era silencio y frío.
Son las 15.40 h. Bajo del tren, aún me queda viaje, y me siguen faltando motivos.

lunes, 5 de octubre de 2009

Take me a picture

Leo a Vargas Llosa sentada en el banco de un pequeño parque. Difícil no levantar la mirada por encima del libro, como un periscopio, para seguir la lucha de un perro mestizo por montar a un perdiguero, que se presta en voluntad, pero se resiste en su naturaleza del mismo sexo. Abatido, tal vez más frustrado que el mestizo, el perdiguero se retira de la arena y busca a su dueña, que compra pipas en unos chinos.
Continuaría mi lectura en éste momento, y lo intento de veras, pero como todo, unas historias enlazan con otras. Más valdría a veces no tener ojos, promotores del despiste superfluo. Los míos traicionan mi buena intención y se fijan curiosos en un hombre guapo, guapísimo, con un refresco de naranja en una mano y un pedazo de brazo de gitano en la otra, que sale de la tienda, que esquiva al perdiguero, que casi tropieza, que se dirige a mí, que se dirige a mí, que no, que se sienta a metro y medio, en un merendero.
Sigo leyendo, letra pequeña, me acerco demasiado el libro a la cara, vicios de miope rehabilitada.

- Excuse me, lady

Se dirige a mí.

- Could you take me a picture?

y señala la mesa, la fanta, el brazo de gitano (de nata)

- Yes, of course

- Today is my birthday, and I'm alone in the city

Es una cámara de fotos digital, pero me satisface comprobar que la tiene ajustada para mirar por el visor, no por la pantalla. De nuevo me siento catalejo, le enfoco, él también es mestizo, piel mulata, nariz afilada, labios precisos, ojos brillantes. Me sonríe, más bien se sonríe. Está tranquilo, tan tranquilo que pienso que es una estrategia para ligar. "Click!"

- Here you are, and happy birthday

- Thank you!

y no me entretiene más, me deja retirarme metro y medio más allá, a mi banco, con mi lectura. ¿He pensado mal? debería haberle preguntado cómo se llama, cuantos años cumple... ¿debería sentarme a su lado? Ahora estoy más pendiente yo de él que él de mí. Si es una estrategia, es perfecta. Me parece la persona más entrañable de todo Madrid.
En más de una ocasión he pasado mi cumpleaños lejos de casa. Mis 18, por ejemplo, saqué diez euros, entré en una tienda, y pedí que me hicieran un regalo. Salí a pasear y volví a los quince minutos para recoger un paquetito envuelto. No era una estrategia, ¿Pensaría entonces el dependiente que lo era? No creo, me regaló unas babuchas de andar por casa.
Venga, habla con él, siéntate a su lado. Le miro, me mira, me sonríe. Me levanto, se levanta, recoge la bandejita de cartón, la lata vacía, y se aleja.

Caminé detrás, le seguí un breve tiempo, no lo niego. Hacía sol y no sé cuántos cumplía. Olvidé el libro en el banco, retrocedí sobre mis pasos, aliviada por truncar cierta idea impulsiva. Los gorriones ya afanaban las migas del dulce, como buitres.

lunes, 21 de septiembre de 2009

una genialidad

En 2001, uno de los fotógrafos que más admiro, Philip Lorca di Corcia, decidió poner en marcha una genialidad. Pero no una genialidad cualquiera, sino una de esas que te convierten en inimitable, porque nadie se va a tomar la molestia de pegarse el mismo trabajo para hacer algo que ya está hecho. Al contrario que otras genialidades, como la de Richard Avedon y su editorial de la América profunda, con hombre avispa y niño con pulpo, tantas veces repetido que aburre - no hace falta más que una sucia sábana y cualquiera delante - pobre Avedon...
Philip instaló en un paso de peatones de Times Square en Nueva York un sistema de iluminación oculto, compuesto por diversos flashes de mano perfectamente calculados para conseguir convertir la cotidianidad en sueño. Visiones cinematográficas de personas anónimas, que ni se enteraron en el momento del disparo y no sé en qué momento llegaron a ser conscientes de su protagonismo en éste trabajo que ha pasado a la historia. Tal vez un día se vieron en alguna publicación a todo lujo, con un aire increíblemente misterioso y sereno, con más fuerza de la que imaginaban para sí mismos. Ciudadanos ejemplares gracias a éste trabajo de artesanía fotográfica, una genialidad.




Rafael

Rafael tiene noventa años y el cabello, antes negro, ahora es blanco. Los ojos azules, ahora grises, la piel también ha clareado, como el carácter.
Precisamente en el carácter, antes rebelde y decidido y hoy dócil, rebajado, es por donde uno puede ver esa ventana cuyo cierre ha cedido con los años y se abre, sin remedio, dejando entrar en su vida malos aires que antes no habrían podido.
Rafael se aferra al último engaño de amor, sin saber que éste entró por aquella ventana rota, alevoso y malintencionado, ladrón postrero. Y él no ve que sus ojos ya no miran, suplican y se cansan, y que sus manos ya no acarician, se aferran a la piel interesada... y el amor pasa del corazón a los pulmones, sube por la garganta, embelesa las ideas, y como si el cerebro fuera una gran sala de museo, expolia cada cuadro lúcidamente concebido y lo sustituye por letras del tesoro...
Rafael ya nunca será el Rafael que vivió para ser, será un Rafael engatusado, lejano y usurero, el Rafael que vivió otro, tal vez.
Lástima...

martes, 1 de septiembre de 2009

Romper en caso de incendio, no tocar los cojones para pequeños fuegos.

Analizas la historia, libre de remordimientos. Seguro que había algún modo de llevar mejor los contratiempos, seguro que había huecos más acertados para encajar las piezas sueltas, seguro, pero por lo menos, no puedes decir que la impasibidad fuera tu modus operandi. Incluso tú, apática para tu propia fortuna, te has sorprendido con aluviones de fuerzas sacadas de flaqueza, reservas sin duda de las que no gastas en todo lo demás, guardadas a buen recaudo para la guerra verdadera. Romper en caso de incendio, no tocar los cojones para pequeños fuegos.
Tenías la esperanza de que el esfuerzo fuera recíproco, por esas cosas que te malenseñan cuando eres una niña. Del mismo modo que te pasas toda la primaria multiplicando con una x y en secundaria te dicen que no, que es un simple · y tus esquemas se tuercen.
Ahora estás sentada en el centro de tu buen karma. 70 preciosos metros cuadrados a precio de saldo que pesan como 70 muertos, o todas las veces que has muerto en el camino. La tranquilidad de quien ha hecho bien las cosas, y la taquicardia encubierta de sentirse decepcionada y no correspondida. Culpable por no poder sacar un resquicio más de amor, un halo de esperanza. Tantas cajas por abrir, y todas y cada una de ellas esconden un recuerdo, como esos payasos con muelle que te tocan las narices. Te preguntas para que sirve ser buena, si a fin de cuentas todo quema. La luz provoca sombras. Y tal vez tengas razón, pero es mejor no pensarlo en alto.
La vida arde, no hay duda, y nos rompemos a menudo para salvarnos. De nada sirve, el fuego se propaga. Habrá que aprender a convivir con el humo.



imagen: Ralph Gibson

martes, 19 de mayo de 2009

tan lejos como aquí mismo

La maquinaria se despierta y lentamente vuelve a funcionar como debe. No como queremos. Los sueños pasan de ser placenteros a reparadores, de ciertas grietas y rencillas que produce la sequedad de lo obligado. No hay opción, sin embargo, las salidas han quedado escondidas tras un montón de cajas y trastos por ordenar de éste mundo que gira sobre sí mismo y nos marea.

Allá vamos, tan lejos como aquí mismo.

lunes, 23 de marzo de 2009

No pintaba nada en esa reunión de hombres altos. No bailo por obligación, no hablo por desesperación ni sonrío como entretenimiento. De pronto, recordé que podía tomar una decisión, irme.
No tuve cuidado al sacar mi chaqueta de debajo del montón de ropa, ni me despedí de quien no estaba a menos de medio metro de mí. No pagué mi cerveza y me bebí lo que quedaba por la calle, de camino a la Wurlitzer, a las 2:50 de la madrugada.
Dejé una ausencia mínima, la de la amiga antipática, o tal vez alguien se quedó con ganas de saber algo de mí. Me había arreglado para ser feliz, y los hombres altos no sabían reír.
Que bien se siente una haciendo lo que le da la gana, y que placer eso de beberte una cerveza mientras cruzas Madrid en plena noche.

miércoles, 11 de marzo de 2009

lipstick index

Me gustan las formas sencillas de llegar a conclusiones complejas, los atajos.
Cada día trato de ahorrar unos segundos en el camino al trabajo probando a bajar por una calle u otra, cruzando por este tramo o por aquel.
Ayer leí en un diario la clave para confirmar la gravedad de la crisis sin análisis de PIB, IPC... se trata del índice de la barra de labios. Mucho más amable ya desde el título.
Y esque se da la paradoja de que cuando un país entra en crisis, el único producto que aumenta sus ventas es el pintalabios, en especial el de color rojo. Ésto lo descubrió Leonard Lauder tras la crisis del 29, según cuenta el profesor José Luis Nueno. Y razón no le falta. El propio Lauder decidió fundar una empresa cosmética y no le han ido mal las cosas.

Lo malo es que no he podido dormir ésta noche pensando en el lipstick index. Hace dos semanas yo misma me compré un pintalabios, y fui más allá del rojo, elegí uno fucsia. A esto, debo sumar que hará algo más de un año que decidí empezar a usar zapatos de tacón. Tengo un contrato indefinido y un par de días atrás mi jefa me habló de un aumento de sueldo inminente. Pero no estoy tranquila ¿por qué de pronto quiero tener unos labios rosas? ¿por qué me uno a la desesperada aventura de tantas mujeres de ponerle buena cara al mal tiempo? Tal vez la crisis está también en mi camino y ha empezado a obrar sin que yo lo sepa. Como una termita, en mi estabilidad de madera.

sábado, 28 de febrero de 2009

jueves, 19 de febrero de 2009

lunes, 16 de febrero de 2009

Como si se tratara de anillos en la sección de un árbol, Manuel era capaz de calcular la edad de una mujer por los eslabones que alcanzaba a tener su trenza. Era 1880, cuando la moda femenina no consideraba elegante lucir melenas cortas, y por ende, muchas habrían dado la cabeza antes que unos centímetros de cabello.
Manuel viajaba con su carromato comprando pelo al peso, a las clases humildes, claro. Como mínimo, la trenza debía medir un largo de 40 centímetros. Unos quince años de espera. Así pues, ésta transacción sólo podía hacerse una, a lo sumo dos veces en la vida. El pelo, que lucirían después nobles, reyes y doncellas en pelucas y tocados, previamente despiojado y lavado, cotizaba en alza, como cotiza el orgullo.

jueves, 12 de febrero de 2009

La Ruta

Empieza el día. Salgo del portal de mi casa en el número π de la calle Molino de Viento. Bajo esa cuesta infernal por la que algún día caeré rodando en un tropiezo fatal, hasta topar de bruces con Pez. A la izquierda hasta la Corredera, justo en la esquina con Puebla, una mujer enjuta y beoda, indigente, defeca libremente ¿y por qué no? sobre la acera, propiedad privada de los perros y las palomas para éstos menesteres. Me mira fijamente mientras paso junto a ella, no me insulta, ni me increpa, sé que no va a salir corriendo detrás mío con un palo porque le llevaría tiempo liberarse de sus quehaceres, pero, aún así, no sé... me incomoda. 
Siguiendo Puebla, unos pocos metros más allá, donde cruza con Barco, un inusual y casi fantasmagórico atasco de coches, el Sr Eusebio que pasa por mi lado dice para sí y contra mi oído "Mucha crisis mucha crisis pero nadie aparca el coche", cuanta razón de buena mañana. 
Por fin Valverde, enseguida San Onofre, olor a bollos, acelero el paso, Fuencarral ya huele a rutina y modernidad. Dependientas con peinados a lo Winehouse abriendo persianas metálicas, fumando el último cigarro de las próximas dos o tres horas, viéndome pasar, nos vemos cada día, pero no nos saludamos ¿para qué? ¿qué ganaríamos con eso? nos da tranquilidad reconocernos mañana a mañana y punto. El día que las despidan, posiblemente, seré la única que me de cuenta.
Infantas, atravieso Hortaleza hasta la Plaza de Vázquez de Mella. Dani, mi peluquero, 1'40 m más o menos, espera con su perra a escala a su jefe en la puerta de la peluquería, la perra se choca conmigo en un arranque adrenalínico, "Tienes una perra desequilibrada" le digo, y me siento mal por haberlo dicho, más o menos hasta Gran Vía, ahí se me pasa el ardor de conciencia, la Gran Vía es como una bofetada que lleva despierta ya muchas horas, ajustarse a su ritmo no da concesión a pequeños pensamientos de mañana. Oficialmente, el día a arrancado en mis pulsaciones. 
Cruzo, sigo por Caballero de Gracia, Alcalá, Plaza de Canalejas, en la pizarra del Café del Príncipe alguien ha escrito que hay Several Sandwich and Sinpanis Omelette. ¿Como alguien que conoce la palabra inglesa several puede, acto seguido, cagarla tanto, sinpanis...
Calle del Príncipe, ojalá pudiera desandar la ruta hasta mi cama. En el edificio donde está mi oficina hay una clínica de rehabilitación, esto explica que tres ancianas cojas entren conmigo en el ascensor. Tenía la esperanza de quedarme encerrada toda la mañana (alguna vez ha pasado ya, a mí aún no) pero con ésta compañía tengo dudas. Me cuesta hacerlas entender que tienen que salir ellas primero para dejarme paso, lo consigo. Hay luz por debajo de la puerta, mi jefa ha llegado antes que yo, se acabó. 

miércoles, 4 de febrero de 2009

Óscar

A veces, el destino actúa influenciado por Millás, y entonces el día es a la vez dulce y amargo. Pero algo aprendes.Caminas por la calle camino de casa, cargada con bolsas, y un mendigo muy bien peinado, en un intento perceptible de construir la mejor fachada con las peores piedras, te detiene y sabes bien que no te va a preguntar por una dirección, ni te trae un mensaje secreto de la CIA. Sabes que algo quiere, y efectivamente, algo te pide.

- Soy maricón, tranquila - me dice - no voy a hacerte nada - como si lo único que doliera en el mundo fuera de índole sexual, que tal vez... - me enamoré de un hombre que falleció hace un mes, tengo cáncer de piel en la planta de los pies, depresión, vergüenza y una familia que me odia-.
Me enseña las plantas de los pies, abrasadas por la calle, similares a las de un elefante corredor de maratones. No, no me impresiona esa imagen, ni me impresiona el relato apresurado de su vida, ni su condición confesada bajo luto en pleno barrio del orgullo gay. Pero me quedo, y sigue...
- No me operan de momento, porque no me muero, pero necesito calmar el dolor y el aspecto - siempre de la mano - quiero unos zapatos terapéuticos con imanes y nadie me los regala-. Yo llevaba en el bolsillo unos euros para cambiar mis botas queridas por unas nuevas con tacón, que me llenen los pies de raspaduras en ese odiado lapso de tiempo que vengo evitando demasiado, en el que la piel dura se ablanda. Ironía, y me gusta la ironía, y confío en la rareza.
Le di los euros, me quedé sin raspaduras, pero con una sensación extraña en el cuerpo.

- A las 19.30 estaré aquí mismo para enseñarte los zapatos -

19.29 y Óscar (que así se llama) se acerca tímido justo en el momento en que empiezo a sentirme estúpidamente utópica y generosamente gilipollas. En el instante en que el buen karma empezaba a resvalarme por la cara de decepción. "Éste tío no viene, ni siquiera para robarme el bolso" el momento de magia de las 14.00 se ha ido enfriando en 5 horas. Pero Óscar se acerca tímido y me mira desde lejos, ninguna bolsa en la mano, mismas chancletas sucias en los pies. "¿Y ahora?" vendrá a excusarse por no llegar con presupuesto a la tienda, e ir dejando migas de pan por las máquinas tragaperras (o tragavidas). Esperaba que viniera, aunque tuve dos momentos de pensamiento negativo, sabía que vendría, pero también sabía que vendría con zapatos terapéuticos de imanes, y supe mal.
Óscar me enseña el dinero, viene a demostrarme que no se lo ha gastado en las tragaperras, tampoco en tabaco, ni en bocadillos. Tampoco en zapatos terapéuticos... y tampoco me lo va a devolver. Óscar me vuelve a contar su vida, pero ya no me provoca ningún sentimiento, frío absoluto. Yo me he quedado sin raspaduras, y él es capaz de mantener su mentira 5 horas más tarde. Yo he ganado algo en que pensar, algo que contar, un sentimiento nuevo, una experiencia... él 20 euros, y una sorpresa.
Charlamos un rato, entiendo que nunca estará bien, nunca mejor que en ese mismo instante, cada día un poco menos peinado hasta que todo acabe. Soy la última persona en el mundo que le ha visto en su mejor momento desde hoy hasta que muera...Nunca más estará bien, pero podrá comprarse unos zapatos con imanes para su piel destrozada por el asfalto ardiendo, llagas que él llama cáncer, pero no lo es, y no da más lástima por ello. O no, podrá fumarse una cajetilla entera de cigarros enteros, ¿qué más dá? capricho más tonto era el mío, tacones... ¡qué ideas!

martes, 3 de febrero de 2009



Ryan McGinley