lunes, 21 de septiembre de 2009

Rafael

Rafael tiene noventa años y el cabello, antes negro, ahora es blanco. Los ojos azules, ahora grises, la piel también ha clareado, como el carácter.
Precisamente en el carácter, antes rebelde y decidido y hoy dócil, rebajado, es por donde uno puede ver esa ventana cuyo cierre ha cedido con los años y se abre, sin remedio, dejando entrar en su vida malos aires que antes no habrían podido.
Rafael se aferra al último engaño de amor, sin saber que éste entró por aquella ventana rota, alevoso y malintencionado, ladrón postrero. Y él no ve que sus ojos ya no miran, suplican y se cansan, y que sus manos ya no acarician, se aferran a la piel interesada... y el amor pasa del corazón a los pulmones, sube por la garganta, embelesa las ideas, y como si el cerebro fuera una gran sala de museo, expolia cada cuadro lúcidamente concebido y lo sustituye por letras del tesoro...
Rafael ya nunca será el Rafael que vivió para ser, será un Rafael engatusado, lejano y usurero, el Rafael que vivió otro, tal vez.
Lástima...

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