lunes, 23 de marzo de 2009

No pintaba nada en esa reunión de hombres altos. No bailo por obligación, no hablo por desesperación ni sonrío como entretenimiento. De pronto, recordé que podía tomar una decisión, irme.
No tuve cuidado al sacar mi chaqueta de debajo del montón de ropa, ni me despedí de quien no estaba a menos de medio metro de mí. No pagué mi cerveza y me bebí lo que quedaba por la calle, de camino a la Wurlitzer, a las 2:50 de la madrugada.
Dejé una ausencia mínima, la de la amiga antipática, o tal vez alguien se quedó con ganas de saber algo de mí. Me había arreglado para ser feliz, y los hombres altos no sabían reír.
Que bien se siente una haciendo lo que le da la gana, y que placer eso de beberte una cerveza mientras cruzas Madrid en plena noche.

No hay comentarios: