jueves, 15 de octubre de 2009

Pirineos, por ejemplo...

Subo al tren a las 13.30 h. Del otro lado, la estación de Atocha.
Hacía tiempo que no emprendía un viaje, por corto que fuera, sin despedirme antes con un beso, o en su defecto, esperar ese beso en mi destino. El vacío es considerable y miro a mi al rededor, no sea que alguien esté esperando a dármelo, y yo, despistada y ensimismada en ésta ausencia, no me esté dando cuenta de que tiene remedio. Pero no. Nadie ofrece su mejilla ni frunce los labios. Nadie me mira, de hecho.
Coche 17. Asiento 15D. Clase turista. El teléfono no suena, mi lectura ofrece las mismas palabras a cualquiera y se vende barato. Ayer llevaba éstos mismos pantalones, hoy me sobran unos cuantos días.
Los asientos se van ocupando, fui la primera en entrar, ahora somos un buen bestiario. A mi lado, una mujer de unos setenta y muchos años. La saludo, mira hacia otro lado, no me ofende, y a la media hora está dormida sobre mi hombro imposibilitando cualquier maniobra evasiva, imposible zafarse de ese cuerpo enjuto y amargado. Sólo mi brazo derecho disfruta de plena libertad de movimientos.
Y así llegamos a Zaragoza, y una mujer gitana en kit y cara de apache, con delantal y bata estampados, flor en el pelo, pendientes de coral rojo y oro y tres bolsones de aquellos de telilla plástica a plena capacidad, hace su entrada en el vagón. No sabe leer ni reconoce números, la azafata debió comunicarla que su plaza era la 16D y la mujer proclama por su asiento, voz en grito, ofendiendo a un personal sin demasiada paciencia por lo visto, pero mucho menos mundo. "Aquí, señora, frente al mío"... bolsazo a dos o tres cabezas, diez pasos torpes y ya la tengo sentada a pocos centímetros. Otra que no agradece. Me siento aplastada por una losa apática. Así nos las gastamos por éstos mundos.
Al fin libre, me dirijo a la cafetería, y en lo que me bebo una botellita de agua hemos llegado a destino. El viaje ha pasado demasiado rápido, como todo últimamente. Ahora querría bajar del tren y meterme en mi cama, lo más parecido que conozco al fin del mundo. El lugar más solitario e inmenso, y no comprendo por qué me dirijo a Pirineos, si yo lo que buscaba era silencio y frío.
Son las 15.40 h. Bajo del tren, aún me queda viaje, y me siguen faltando motivos.

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