lunes, 9 de agosto de 2010

tormentas de verano

Por fin llueve, otra vez, con lo cansados que nos tenía la lluvia hace unos meses, ahora se la echaba de menos. Parece una lluvia de tierra, que deja marrones los cristales. Éste olor me provoca una maldita nostalgia. Quiero volver a la sierra cada noche de lluvia.

Llevábamos pocos días viviendo allí, hace ya dieciocho años, cuando nos sorprendió una terrible tormenta de verano a mi madre, a mi hermano y a mí. La casa era grande y estaba aún vacía. Todo retumbaba. El agua contra los cristales, el viento a través de las tejas viejas... los rayos nos dejaban totalmente en blanco cada poco rato. La luz se había ido, y aún no estábamos hechos a aquel espacio, no conocíamos las esquinas, dónde empezaban y acababan las paredes. Yo ni siquiera recordaba a donde iba a dar ninguna puerta. Pero la instalación eléctrica estaba a medias, los enchufes abiertos, y mi madre estaba aterrada porque en algún momento pudiera pasarnos algo. Aprovechábamos los fogonazos para mirar dentro de las habitaciones, a ver cual tenía menos enchufes, y en aquella nos quedamos, sentados en el suelo, los tres. Pasé miedo, y aún así cambiaría ésta llovizna, ésta casa tranquila, por estar en aquella habitación con ellos.

Instantes a los que volvería. Momentos nada idílicos que hoy me parecen paraísos, perdidos o pasados. Sí, sin duda me merezco el título de Técnico Especialista en Echar de Menos.

Como aquella noche en vela inflando globos, cuarenta y tres globos. Poniendo cara a cada uno de ellos. Imaginando mientras tanto la que pondría él cuando lo viera. Y no la puso, los viajes largos cansan mucho, pero no importa, yo nunca olvidaré mi noche, la anterior, la que logré recordar cuarenta y tres animales sin repetir ninguno (también colé alguna flor), y me quedé sin aire por querer tanto. Y volvería sólo por recuperar la ilusión que sentía, con lo que me cuesta ahora ilusionarme por nada, como volvería a la tormenta, por creer otra vez que mi madre es capaz de salvarnos a todos.

Otra, la primera noche que pasé en el último piso de Echegaray 31, me habían dado las llaves esa mañana, la primera madriguera para mí sola en ésta ciudad. Me tiré en el suelo de madera vieja del altillo, todo me daba vueltas, tal vez había bebido demasiado para celebrarlo. Tenía la sensación de que me recorrían el cuerpo miles de termitas y pequeños bichos que habitaban esas tablas podridas que yo acababa de alquilar. Pero me daba igual, ahora compartíamos piso, mejor llevarse bien. Y me amaneció mirando a través de la ventana del techo cómo cruzaban los gatos por encima de mi cabeza. Cuando me levanté tenía la espalda partida en dos, dolor de cabeza, sueño, picaduras pequeñitas por las piernas, y veinte llamadas perdidas de mi madre porque no había ido a dormir a la que aún era mi casa. Pero volvería por sentir una vez más que había conseguido lo que quería. Aquella noche empezó lo que vivo ahora.

No sé si gané o perdí, pero ésto es lo que quería, y tendré que defenderlo pese a noches largas como ésta. Haré memoria, porque algo que no recuerdo bien andaba yo buscando cuando me fui de casa. Lo deseaba tanto que me hice mayor, y a mí no me engañan facilmente

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Olé! Sobran las palabras, o a mi me faltan...

María Rodrigo dijo...

Si pensáramos en las consecuencias, no haríamos ni la mitad de las cosas que nos aventuramos a hacer. La temeridad es necesaria, las consecuencias no tanto, aún no encuentro sentido a ciertos desengaños

@hombrelunatico dijo...

Hoy en dia vivimos muy rapidamente, sin tener tiempo para nada ni siquiera para pensar hacia donde nos dirigimos... por eso, es bárbara tu reflexión sobre ello, hechos y consecuencias, bajo el fondo de la nostalgia...
He de decirte que me ha emocionado, recordando a mi madre, tu narración sobre las tormentas.
brava!