Aún recuerdo con pavor los treinta metros interminables durante los que corrí perseguida por una rata a la puerta de un restaurante (es probable que las dos huyéramos en la misma dirección, ella del raticida y yo de ella). O a aquel gatito que buscaba algún bocado en la basura, detrás de un chiringuito de playa, al que fui a acariciar y a escasos centímetros resultó ser más roedor que felino, e inmediatamente desmerecedor de toda muestra de cariño, por cierto...
Quiero decir con ésto que no siento ningún afecto por las ratas, nunca se lo he tenido, ni yo ni nadie que yo conozca; todas mis experiencias con ratas han sido escalofriantes, terribles. Pero las busco. Hayá donde sea probable encontrar alguna, permanezco atenta. Como cuando tienes una llaga en la boca y no puedes parar de buscarla con la lengua, o como apretarse un moratón.
El día que por fin se cruce una en mi camino en el metro de Madrid, el choque entre asco y felicidad será tremendo. Llevo años fijándome en las vías o mirando a través de las ventanillas, sin resultado alguno. Que haberlas haylas, está claro, no nos cabe ninguna duda, pero son temerosas, o muy educadas.
En mi primer viaje a NY, cuando por primera vez bajé al metro, en el primer lugar donde puse el ojo, una rata del tamaño de mi antebrazo con una cola horriblemente rotunda y larga roía vete a saber qué tan tranquila sin pudor alguno, y me dio envidia, mucha envidia, que allí satisfacer este tipo de curiosidades malsanas sea tan sencillo.
Aquí, en cambio, no hay manera. En Junio de éste año, leí en un boletín de noticias del barrio que la calle San Vicente Ferrer de éste lado de San Bernardo estaba cortada por un hundimiento del firme. Todos los implicados, ayuntamiento, vecinos, propietarios... escurrían y escurren el bulto de la responsabilidad, y ahí sigue el boquete en el suelo, mal tapado por unas tablas ya podridas, y un par de vallas que no impiden el acceso, ni son visibles, ni tienen utilidad alguna. El vecino denunciante, destacaba entre otros peligros y molestias de la situación, que ratas enormes salen por las noches del agujero y campan a sus anchas por ese pedazo de Madrid. Pues bien, por ese pedazo de Madrid y a mis anchas paseo yo con mi perro, que cuatro ojos ven más que dos, todas las noches desde Junio pero ni rastro de ellas.
Y ya verás, que volverá a pasar que una aparezca cuando no esté preparada, porque ésto es como todo lo que atrae y da miedo, que por algo da miedo.
Buscas tú a la rata para que la rata no te encuentre a tí primero, estás alerta, atenta a que en cualquier momento suceda lo que te atemoriza, para controlar el susto, pero en cuanto bajas la guardia... los fantasmas se reflejan en el espejo del baño, los villanos salen de debajo de la cama, los médicos dan diagnósticos preocupantes, llegan los despidos, las separaciones, o las uniones con mal porvenir. Aparece una rata, al fin y al cabo, que corre tras de tí durante treinta interminables metros, y de nada sirve la experiencia acumulada viéndolas venir.
martes, 11 de octubre de 2011
jueves, 11 de agosto de 2011
los monos se enamoran de las mujeres
Los monos se enamoran de las mujeres, dice mi madre, y mi padre confirma con un gesto de cabeza. Les pedí que le contaran ellos la historia del chimpancé que atacó a la trapecista, porque cuando cuento yo éstas cosas, parece que me las invento.
Cierto es que con los años y habiéndolas escuchado de niña, hay detalles que varían. En éste caso, yo recordaba a una bailarina, por ejemplo. Pero en esencia, la historia es la misma y lo más importante, es real.
A saber... Chimpancé conoce a trapecista, se enamora, trapecista no siente lo mismo por el chimpancé, y éste decide esconderse debajo del escenario durante la actuación de ella, esperar a que termine, arrastrarla con él a traición agarrándola por una pierna mientras baja por la escalerita, y asestarle una tremenda dentellada en el pié, como venganza por su desprecio.
Resultaba imposible separar a aquel mono de la chica. El domador, inmóvil, intenta excusarlo, es un animal, actúa por instinto (también es su fuente de ingresos). Ella no entendía nada, supongo, y supongo que el chimpancé lo entendía todo. Como en la vida, cuando a uno le rompen el corazón, es de justicia romper algo al culpable, algo igualmente valioso, como es el pié de una trapecista. Ella no pudo volver a trabajar nunca más, no sobre un trapecio al menos, y el mono... ya sabes, es un animal, imprevisible, hay que entenderlo.
Si nos examinamos la piel, encontraremos más de una marca de dientes, ésta me la dejó el primer beso, la primera vez, aquella ¿la ves? pues es del último chico que me hizo creer en vano. Y si cojeo de un pié, bueno... algunos lo llaman "el amor de mi vida". Desde entonces ya no hago piruetas, ni me atrevo con el más difícil todavía.
Cierto es que con los años y habiéndolas escuchado de niña, hay detalles que varían. En éste caso, yo recordaba a una bailarina, por ejemplo. Pero en esencia, la historia es la misma y lo más importante, es real.
A saber... Chimpancé conoce a trapecista, se enamora, trapecista no siente lo mismo por el chimpancé, y éste decide esconderse debajo del escenario durante la actuación de ella, esperar a que termine, arrastrarla con él a traición agarrándola por una pierna mientras baja por la escalerita, y asestarle una tremenda dentellada en el pié, como venganza por su desprecio.
Resultaba imposible separar a aquel mono de la chica. El domador, inmóvil, intenta excusarlo, es un animal, actúa por instinto (también es su fuente de ingresos). Ella no entendía nada, supongo, y supongo que el chimpancé lo entendía todo. Como en la vida, cuando a uno le rompen el corazón, es de justicia romper algo al culpable, algo igualmente valioso, como es el pié de una trapecista. Ella no pudo volver a trabajar nunca más, no sobre un trapecio al menos, y el mono... ya sabes, es un animal, imprevisible, hay que entenderlo.
Si nos examinamos la piel, encontraremos más de una marca de dientes, ésta me la dejó el primer beso, la primera vez, aquella ¿la ves? pues es del último chico que me hizo creer en vano. Y si cojeo de un pié, bueno... algunos lo llaman "el amor de mi vida". Desde entonces ya no hago piruetas, ni me atrevo con el más difícil todavía.
sábado, 21 de mayo de 2011
una mierda segura
Hace tiempo un amigo me contó una historia. Él tendría diecisiete o dieciocho años, estudiaba formación profesional, y estaba en una cafetería bebiendo unas cervezas con amigos cuando entró un viejo dibujante al que él admiraba. Después de un rato, se decidió y fue hasta la barra a saludarle. El hombre se sorpredió gratificado porque le hubiera reconocido y se interesó por mi amigo. "Así que tú también dibujas ¡qué bien! ¿Piensas dedicarte a ello?", "Ojalá... pero estudio para delineante" "¿Y te gusta? no pareces muy convencido" "NO, la verdad. Es una mierda, pero es algo seguro"... El señor volvió a dirigir su mirada al vaso de vermouth y le replicó "Bueno, si tú crees que haces bien asegurándote la mierda...".
He pensado mucho en esa historia éstos días, en aquella respuesta brillante. En la necesidad de contar con algo que nos proporcione tranquilidad y rutina, aunque esa tranquilidad no nos satisfaga. A veces es difícil distinguir que cierta realidad no nos es grata, porque nos sustenta, o porque lo contrario nos exige demasiado, pero cuando lo sabemos, cuando lo tenemos claro ¿por qué cuesta tanto renunciar a ello?. Éstos son días de cambio, revolucionarios, en la política, en la sociedad, para cada uno de nosotros, para mí personalmente desde luego. Es momento de pensar en todo lo que no está bien y yo puedo cambiar, pero también en sus consecuencias. No debería ser tan caro el precio a pagar por ejercer la libertad de decisión. No debería dar tanto miedo la dignidad, perseguir un sueño... ni deberían pender del hilo del aguante y la sumisión el hogar o el pan de cada día.
Sé que la vida es más ancha que larga, y que a veces el sol pega de frente y creemos que tal vez cuando caiga, ésto haya crecido algunos metros más allá, mientras no podíamos abrir los ojos. Pero no, nada cambiará por arte de magia, no hay un viejo gordo repartiendo regalos mientras dormimos. Sospecho que no a todos nos han enseñado del mismo modo, y que algunos guardan el egoísmo bien a mano, para jugar con él en los bolsillos mientras aguardan al metro, su vez en la carnicería... y van dejando las huellas de sus dedos sucios por doquier. Poco a poco voy aprendiendo a dstinguirlas, alguna se me escapa, pero voy afinando el olfato.
No debería dar tanto miedo decir Adiós, mi tiempo aquí ha terminado. Sería estupendo pensar que empezar de nuevo es sólo eso, un comienzo, que el final era lo que vivíamos antes de dar el paso, y que la sociedad nos pusiera las cosas fáciles. No debería dar miedo, pero lo da, porque hemos aceptado el dinero como moneda de cambio a nuestro esfuerzo, a nuestra abrigo, nuestro alimento, incluso para nuestro hogar. Hemos confiado en el dinero más que en nosotros mismos. Y aún creémos que vale más el cuánto que el cómo. Y el futuro lo medimos en ahorros, no en años ni en meses. Una casa tiene más letras que habitaciones, incluso somos padres cuando los ingresos nos lo permiten, muy por encima del amor o la juventud que podamos ofrecer a nuestros hijos.
Aceptamos el juego, de ésto hacen ya muchos siglos, y desde aquel momento nos han ido borrando la memoria, y endeudando los bolsillos. Uno nunca será lo que desea ser, sino lo que el mercado le permita. Pues bien, a día de hoy no tengo hijos, pero espero tenerlos, y de mí dependerán su memoria y su valor. Si queremos que el levantamiento del pueblo que estamos viviendo tenga consecuencias positivas, debemos esperar un largo plazo, y si el asentamiento en Sol sirve para algo es para que esos niños de hoy lo vean, y sientan que su decisión es importante, que la política existe, y les enseñemos a ser libres y ser honestos, que odien el miedo. Que tal vez la vida no es muy larga, pero nuestra vista abarca más de lo que pensamos y la única revolución es impedir que les pongan una venda en los ojos como la que arrastramos tantas generaciones. Para que no antepongan cualquier mierda segura a su felicidad.
He pensado mucho en esa historia éstos días, en aquella respuesta brillante. En la necesidad de contar con algo que nos proporcione tranquilidad y rutina, aunque esa tranquilidad no nos satisfaga. A veces es difícil distinguir que cierta realidad no nos es grata, porque nos sustenta, o porque lo contrario nos exige demasiado, pero cuando lo sabemos, cuando lo tenemos claro ¿por qué cuesta tanto renunciar a ello?. Éstos son días de cambio, revolucionarios, en la política, en la sociedad, para cada uno de nosotros, para mí personalmente desde luego. Es momento de pensar en todo lo que no está bien y yo puedo cambiar, pero también en sus consecuencias. No debería ser tan caro el precio a pagar por ejercer la libertad de decisión. No debería dar tanto miedo la dignidad, perseguir un sueño... ni deberían pender del hilo del aguante y la sumisión el hogar o el pan de cada día.
Sé que la vida es más ancha que larga, y que a veces el sol pega de frente y creemos que tal vez cuando caiga, ésto haya crecido algunos metros más allá, mientras no podíamos abrir los ojos. Pero no, nada cambiará por arte de magia, no hay un viejo gordo repartiendo regalos mientras dormimos. Sospecho que no a todos nos han enseñado del mismo modo, y que algunos guardan el egoísmo bien a mano, para jugar con él en los bolsillos mientras aguardan al metro, su vez en la carnicería... y van dejando las huellas de sus dedos sucios por doquier. Poco a poco voy aprendiendo a dstinguirlas, alguna se me escapa, pero voy afinando el olfato.
No debería dar tanto miedo decir Adiós, mi tiempo aquí ha terminado. Sería estupendo pensar que empezar de nuevo es sólo eso, un comienzo, que el final era lo que vivíamos antes de dar el paso, y que la sociedad nos pusiera las cosas fáciles. No debería dar miedo, pero lo da, porque hemos aceptado el dinero como moneda de cambio a nuestro esfuerzo, a nuestra abrigo, nuestro alimento, incluso para nuestro hogar. Hemos confiado en el dinero más que en nosotros mismos. Y aún creémos que vale más el cuánto que el cómo. Y el futuro lo medimos en ahorros, no en años ni en meses. Una casa tiene más letras que habitaciones, incluso somos padres cuando los ingresos nos lo permiten, muy por encima del amor o la juventud que podamos ofrecer a nuestros hijos.
Aceptamos el juego, de ésto hacen ya muchos siglos, y desde aquel momento nos han ido borrando la memoria, y endeudando los bolsillos. Uno nunca será lo que desea ser, sino lo que el mercado le permita. Pues bien, a día de hoy no tengo hijos, pero espero tenerlos, y de mí dependerán su memoria y su valor. Si queremos que el levantamiento del pueblo que estamos viviendo tenga consecuencias positivas, debemos esperar un largo plazo, y si el asentamiento en Sol sirve para algo es para que esos niños de hoy lo vean, y sientan que su decisión es importante, que la política existe, y les enseñemos a ser libres y ser honestos, que odien el miedo. Que tal vez la vida no es muy larga, pero nuestra vista abarca más de lo que pensamos y la única revolución es impedir que les pongan una venda en los ojos como la que arrastramos tantas generaciones. Para que no antepongan cualquier mierda segura a su felicidad.
viernes, 18 de marzo de 2011
no te echo de menos
Echar de menos es una expresión confusa, literalmente no tiene sentido. Echar se define como Hacer que algo vaya a parar a alguna parte, dándole impulso, o como Despedir de sí algo, entre otras cuarenta y ocho acepciones similares. Todo lo contrario al significado de la expresión, pero nadie se lo plantea. Se echa de menos con una facilidad pasmosa, ¿Cómo puedo yo echar de menos? ¿Cómo puedo despedirte de mí de menos, y padecer tu ausencia? Imposible, no puedo.
Echar de menos es un portuguesismo, viene de achar menos. Achar significa descubrir, encontrar, decidir... me cuadra más así, pero no del todo, lo siento, yo no he descubierto nada, sabía que sentiría ésto. Tampoco te extraño, no me resultas desconocido, ni deseo desterrarte. Así pues ¿qué puedo decir? ésta lengua nuestra no me lo pone nada fácil. Llevo años en conflicto con las formas de la nostalgia. Y me gusta ser precisa.
Echar de menos es un portuguesismo, viene de achar menos. Achar significa descubrir, encontrar, decidir... me cuadra más así, pero no del todo, lo siento, yo no he descubierto nada, sabía que sentiría ésto. Tampoco te extraño, no me resultas desconocido, ni deseo desterrarte. Así pues ¿qué puedo decir? ésta lengua nuestra no me lo pone nada fácil. Llevo años en conflicto con las formas de la nostalgia. Y me gusta ser precisa.
jueves, 24 de febrero de 2011
nos hemos vuelto a equivocar, otra vez...
El termómetro de la farmacia marcaba a mediodía 18º, a mí me parecían más, desabrigada, con el sol de frente y el aire oliendo a primavera, mi sensación térmica era, al menos, de 21º. Dentro de mi casa, en cambio, me tuve que poner una chaqueta.
No aprendo, siempre me instalo en pisos antiguos, sin calefacción, donde hace un frío antiguo que provoca gripes de las de antes, de cuando la gente moría de eso. Y cada invierno rozo la pulmonía.
Son esos errores de cálculo que se repiten. Una se muda con el buen tiempo, cuando prima lo estético sobre lo práctico. Bonitas puertas, bonito enclave, bonitos techos altos ¡y el descansillo! ¡qué escalera! pero si está alfombrada... ¿Qué dice usted? ¿que el edificio es modernista? ¿Y quien necesita calefacción central en un edificio de 1905? Pues yo, pero de éste detalle me acuerdo tarde. Como siempre, nos hemos vuelto a equivocar, otra vez.
Y lo que antes la juventud disfrazaba de ingenuidad, ahora empieza a delatarse como indudable torpeza. No aprendo.
Éste año llegué a tener 42º de fiebre torpe, y hoy ya llevo dos semanas de pena torpe. De ésto último no tiene la culpa mi impulsividad inmobiliaria, pero esque no es la única materia en la que tropiezo. Y siempre viene a ser lo mismo, el día brilla, la espectativa del cambio hace verlo todo de otro color, te encandilan las molduras de las paredes, o una mirada estable, o el suelo de madera, o una sonrisa amplia, unas manos firmes, la risa fácil, las coincidencias, el tacto... ¡pum! traspiés, ya estoy en el suelo, yo sóla, por dejarme llevar por un corazón pre-ocupado, como siempre. Y entre una y otra torpeza, yo paso frío cuando ahí fuera los termómetros marcan 18º, que parecen incluso más. Nos hemos vuelto a equivocar, otra vez...
No aprendo, siempre me instalo en pisos antiguos, sin calefacción, donde hace un frío antiguo que provoca gripes de las de antes, de cuando la gente moría de eso. Y cada invierno rozo la pulmonía.
Son esos errores de cálculo que se repiten. Una se muda con el buen tiempo, cuando prima lo estético sobre lo práctico. Bonitas puertas, bonito enclave, bonitos techos altos ¡y el descansillo! ¡qué escalera! pero si está alfombrada... ¿Qué dice usted? ¿que el edificio es modernista? ¿Y quien necesita calefacción central en un edificio de 1905? Pues yo, pero de éste detalle me acuerdo tarde. Como siempre, nos hemos vuelto a equivocar, otra vez.
Y lo que antes la juventud disfrazaba de ingenuidad, ahora empieza a delatarse como indudable torpeza. No aprendo.
Éste año llegué a tener 42º de fiebre torpe, y hoy ya llevo dos semanas de pena torpe. De ésto último no tiene la culpa mi impulsividad inmobiliaria, pero esque no es la única materia en la que tropiezo. Y siempre viene a ser lo mismo, el día brilla, la espectativa del cambio hace verlo todo de otro color, te encandilan las molduras de las paredes, o una mirada estable, o el suelo de madera, o una sonrisa amplia, unas manos firmes, la risa fácil, las coincidencias, el tacto... ¡pum! traspiés, ya estoy en el suelo, yo sóla, por dejarme llevar por un corazón pre-ocupado, como siempre. Y entre una y otra torpeza, yo paso frío cuando ahí fuera los termómetros marcan 18º, que parecen incluso más. Nos hemos vuelto a equivocar, otra vez...
martes, 18 de enero de 2011
Obsolescencia la nuestra
Hace algunos días emitieron un documental en la 2 que ha dado mucho que hablar. Al menos en mi entorno, ya sea porque tengo amigos curiosos, conspiracionistas, o que tienen la capacidad de sorprenderse todavía con sospechas comunes cuando estas vienen envasadas en formato oficial, y es una voz extraña, y no la propia, la que lo verbaliza.
Se trata de un pequeño trabajo de no mucha duración llamado Comprar, Tirar, Comprar que analiza la llamada obsolescencia programada de los objetos de consumo.
He tomado muchas cañas al rededor de éste documental, he notado cierta decepción, indignación al respecto. Resulta casi criminal programar un teléfono móvil para que no dure más de x años, obligándote a comprar otro y así continuar con la cadena de producción disparatada que nos empuja a una espiral de renovación constante, pero en cambio somos nosotros mismos los que demandamos innovación, nos peleamos por ser los primeros en pasear la última tecnología, e invertimos en muebles o ropa baratos para poderlos tirar a la basura sin dolor cuando cambien las modas. ¿A caso no nos encanta la dichosa obsolescencia? ¿Tan influenciables somos, en serio?
Pero se nos está yendo de las manos, convertimos en consumibles sujetos a capricho incluso las relaciones personales. Vengo de una familia que me ha devuelto el reflejo de la durabilidad en el tiempo, y me siento a menudo como el escritorio de roble que tengo en casa de mis padres, que lleva tres generaciones con la familia, rodeada de Liatorps, Leksviks o Smadals baratos del Ikea. Escucho con demasiada normalidad argumentos del tipo "nunca me lo planteé como algo serio" o "es una relación puente, perfecto por el momento"... ¿A caso ésto no es programar la durabilidad de algo? No sé si me siento más segura comprando un Mac último modelo, o conociendo a un chico estupendo una tarde en el Retiro. Y nos seguimos sorprendiendo.
Vivimos el comienzo de muchas historias, empezamos nuevas aventuras constantemente, y cada vez nos quedará más lejos aquello de llegar a saber qué se siente compartiendo la vida más allá del prólogo. El auténtico reto. Yo reconozco la casa de mi madre, o la de mis abuelos, con los ojos cerrados, sólo asomando la nariz, porque está impregnada de años, de el aire que hemos respirado ahí dentro desde que nacimos, todas las palabras que hemos cruzado han quedado entre las vetas de la madera y los perfumes de mi abuela, el olor del arroz con habichuelas, está atesorado entre la fibra del sillón donde dormía la siesta cuando salíamos a jugar a la calle. ¿Oleremos nosotros a nuevo cuando ya seamos evidentemente viejos? ¿Y qué aspecto tendrá el maldito Liatorp cuando no nos queden fuerzas para tirarlo, ir hasta La Gavia y cargar solos esa nueva caja infernal en el carrito?
Se trata de un pequeño trabajo de no mucha duración llamado Comprar, Tirar, Comprar que analiza la llamada obsolescencia programada de los objetos de consumo.
He tomado muchas cañas al rededor de éste documental, he notado cierta decepción, indignación al respecto. Resulta casi criminal programar un teléfono móvil para que no dure más de x años, obligándote a comprar otro y así continuar con la cadena de producción disparatada que nos empuja a una espiral de renovación constante, pero en cambio somos nosotros mismos los que demandamos innovación, nos peleamos por ser los primeros en pasear la última tecnología, e invertimos en muebles o ropa baratos para poderlos tirar a la basura sin dolor cuando cambien las modas. ¿A caso no nos encanta la dichosa obsolescencia? ¿Tan influenciables somos, en serio?
Pero se nos está yendo de las manos, convertimos en consumibles sujetos a capricho incluso las relaciones personales. Vengo de una familia que me ha devuelto el reflejo de la durabilidad en el tiempo, y me siento a menudo como el escritorio de roble que tengo en casa de mis padres, que lleva tres generaciones con la familia, rodeada de Liatorps, Leksviks o Smadals baratos del Ikea. Escucho con demasiada normalidad argumentos del tipo "nunca me lo planteé como algo serio" o "es una relación puente, perfecto por el momento"... ¿A caso ésto no es programar la durabilidad de algo? No sé si me siento más segura comprando un Mac último modelo, o conociendo a un chico estupendo una tarde en el Retiro. Y nos seguimos sorprendiendo.
Vivimos el comienzo de muchas historias, empezamos nuevas aventuras constantemente, y cada vez nos quedará más lejos aquello de llegar a saber qué se siente compartiendo la vida más allá del prólogo. El auténtico reto. Yo reconozco la casa de mi madre, o la de mis abuelos, con los ojos cerrados, sólo asomando la nariz, porque está impregnada de años, de el aire que hemos respirado ahí dentro desde que nacimos, todas las palabras que hemos cruzado han quedado entre las vetas de la madera y los perfumes de mi abuela, el olor del arroz con habichuelas, está atesorado entre la fibra del sillón donde dormía la siesta cuando salíamos a jugar a la calle. ¿Oleremos nosotros a nuevo cuando ya seamos evidentemente viejos? ¿Y qué aspecto tendrá el maldito Liatorp cuando no nos queden fuerzas para tirarlo, ir hasta La Gavia y cargar solos esa nueva caja infernal en el carrito?
domingo, 5 de diciembre de 2010
Balaguer Losada, Montserrat
Corren rumores sobre una inminente huelga de controladores aéreos, estoy en Barajas, sentada al fondo de la Terminal 1, hace unas dos horas rechacé 400 euros a cambio de quedarme en tierra y volar mañana por sobreventa de billetes. Llevo una hora sin cambiar de postura y se me duerme la pierna derecha, que sostiene a la izquierda hace demasiado tiempo. Espero a que abran por fin la puerta de embarque, el vuelo lleva retraso.
Otra vez el mismo aviso, "Balaguer Losada, Montserrat, preséntese en la puerta de embarque A18", he debido escuchar esta llamada unas quince veces desde que estoy aquí. Miro al rededor, mucha gente y ninguna es Montserrat, nadie parece siquiera planteárselo. La azafata también hace un barrido en busca de alguna señal, se detiene al llegar hasta mi, demasiado rato, me hace dudar, ¿y si soy yo? porque a lo mejor soy yo, no me parece tan disparatado. A ver, soy Montserrat, ¿se me hace extraño? pues no tanto, la verdad. No puedo asegurar que no sea mi nombre. María no me aporta mucha más seguridad. No pondría la mano en el fuego por nada ahora mismo, no sé... Lo que esta claro es que han llamado a Montserrat quince veces durante la última hora, y yo no he ido a personarme, y la siguen llamando. Esa es una prueba bastante feaciente de que puedo ser yo.
Me revuelvo en mi asiento, busco respuestas, no quiero mirar el pasaporte, puede despistarme aún más, es sólo un documento escrito. Hay más, mi abuela se apellida Balaguer. Me estoy impacientando, por favor, que alguien, sea hombre o mujer, se acerque al mostrador ¡ya!.
El cosquilleo molesto de la pierna derecha me distrae un poco, me levanto, fijo un objetivo en esa gran sala casi vacía, que debía estar llena de viajeros, y camino hasta él para estirarme. La maquina expendedora, por ejemplo. Según me acerco pruebo a saludar a mi reflejo a ver que pasa, "Hola, Montserrat, ¿que tal?"... Pues bien, todo en orden, no se me hace raro. Pruebo otra vez, "Qué, María, ¿te vas a NY?"... Sí, sí, también funciona. Me miro fijamente, un tanto agobiada, y entonces veo tras de mi cómo una silla de ruedas empujada por un empleado del aeropuerto se aproxima a la A18. Me giro para distinguir mejor la escena, en la silla una mujer de edad avanzada. Cruzan unas palabras con la azafata y acceden al avión.
No vuelven a llamarme por ningún nombre, pero sólo cuando anuncian el embarque, empezando por los pasajeros con niños menores de 7 anos, clientes preferentes y personas de movilidad reducida, consigo relajarme. Ya esta, no soy Montserrat. O por lo menos, no tiene tanta importancia.
Otra vez el mismo aviso, "Balaguer Losada, Montserrat, preséntese en la puerta de embarque A18", he debido escuchar esta llamada unas quince veces desde que estoy aquí. Miro al rededor, mucha gente y ninguna es Montserrat, nadie parece siquiera planteárselo. La azafata también hace un barrido en busca de alguna señal, se detiene al llegar hasta mi, demasiado rato, me hace dudar, ¿y si soy yo? porque a lo mejor soy yo, no me parece tan disparatado. A ver, soy Montserrat, ¿se me hace extraño? pues no tanto, la verdad. No puedo asegurar que no sea mi nombre. María no me aporta mucha más seguridad. No pondría la mano en el fuego por nada ahora mismo, no sé... Lo que esta claro es que han llamado a Montserrat quince veces durante la última hora, y yo no he ido a personarme, y la siguen llamando. Esa es una prueba bastante feaciente de que puedo ser yo.
Me revuelvo en mi asiento, busco respuestas, no quiero mirar el pasaporte, puede despistarme aún más, es sólo un documento escrito. Hay más, mi abuela se apellida Balaguer. Me estoy impacientando, por favor, que alguien, sea hombre o mujer, se acerque al mostrador ¡ya!.
El cosquilleo molesto de la pierna derecha me distrae un poco, me levanto, fijo un objetivo en esa gran sala casi vacía, que debía estar llena de viajeros, y camino hasta él para estirarme. La maquina expendedora, por ejemplo. Según me acerco pruebo a saludar a mi reflejo a ver que pasa, "Hola, Montserrat, ¿que tal?"... Pues bien, todo en orden, no se me hace raro. Pruebo otra vez, "Qué, María, ¿te vas a NY?"... Sí, sí, también funciona. Me miro fijamente, un tanto agobiada, y entonces veo tras de mi cómo una silla de ruedas empujada por un empleado del aeropuerto se aproxima a la A18. Me giro para distinguir mejor la escena, en la silla una mujer de edad avanzada. Cruzan unas palabras con la azafata y acceden al avión.
No vuelven a llamarme por ningún nombre, pero sólo cuando anuncian el embarque, empezando por los pasajeros con niños menores de 7 anos, clientes preferentes y personas de movilidad reducida, consigo relajarme. Ya esta, no soy Montserrat. O por lo menos, no tiene tanta importancia.
lunes, 4 de octubre de 2010
debo tener alguna puerta por aquí
Estoy tendiendo la ropa en el salón cuando reparo en una puerta junto a la estantería. No me sorprende, no es una puerta nueva, yo sabía que estaba ahí pero por alguna razón, la había olvidado. Así que no es sorpresa si no satisfacción lo que me provoca su existencia. Termino de estirar las últimas dos camisetas en la cuerda y voy a abrirla. Creo que sólo entré ahí el día que el agente de la inmobiliaria me enseñó la casa. No recuerdo bien cómo era, así pues, si bien conocía la puerta, el interior lo he olvidado.
Es precisamente lo que necesito, no me puedo creer que haya obviado una habitación así. Está forrada de madera, insonorizada, tiene baño propio y una terraza amplia. Ya sé lo que voy a poner en cada lugar, va a quedar perfecto, creo que no voy a salir de ahí en mucho tiempo.
Volvemos a los sueños, porque ésto no es real, no del todo. Lo he soñado. Y no es la primera vez. Me aparecen esas habitaciones escondidas, que a veces son plantas enteras olvidadas, de vez en cuando. Me encantaría dar con alguna de éstas despierta. ¿Qué es lo que conozco y he olvidado? Ojalá la experiencia tuviera un picaporte, se pudiera abrir y cerrar para asomar la nariz y tenerlo todo más claro después de un vistazo.
Sea lo que sea, me hace falta. Empiezo a tener el espacio del que dispongo ahora demasiado lleno. Siempre me han gustado las casas depuradas, funcionales, y la mía es siempre lo contrario. Cuando me mudé a ésta, el doble de grande que la anterior, pensé que lo conseguiría, pero de pronto todos mis muebles crecieron, se hicieron el doble de grandes, como los peces koi, y se adaptaron a sus anchas al nuevo espacio. Nacieron nuevos libros dentro de las cajas, bibliografía completas con tapas duras, los zapatos se aparearon y donde había dos ahora tengo tres... Lo mismo sucede con mi cabeza, que voy ordenando ideas y conceptos, tirando un tabique aquí, abriendo una ventana ahí, y van llegando otros nuevos, con su equipaje a cuestas, y lo dejan todo patas arriba. No termino de ubicarlos a tiempo. Al final tengo lo antiguo con lo nuevo compartiendo cama nido, y de lo que estoy segura, como ya hay confianza, en sofás cama repartidos aquí y allá.
Una habitación nueva, una nueva manera de afrontar las cosas. Una manera insonorizada, con terraza para respirar, estirarse, y un cuarto de baño. ¿Donde la tendré guardada? Si llego a encontrarla sé que se me quedará pequeña tarde o temprano, pero... bueno, en ebay se puede vender casi cualquier cosa, así que supongo que tanto cacharro, ésta chatarrería, me puede sacar de un apuro en un momento dado. Ofrezco un trío de botas, y algún consejo basado en la experiencia.
Es precisamente lo que necesito, no me puedo creer que haya obviado una habitación así. Está forrada de madera, insonorizada, tiene baño propio y una terraza amplia. Ya sé lo que voy a poner en cada lugar, va a quedar perfecto, creo que no voy a salir de ahí en mucho tiempo.
Volvemos a los sueños, porque ésto no es real, no del todo. Lo he soñado. Y no es la primera vez. Me aparecen esas habitaciones escondidas, que a veces son plantas enteras olvidadas, de vez en cuando. Me encantaría dar con alguna de éstas despierta. ¿Qué es lo que conozco y he olvidado? Ojalá la experiencia tuviera un picaporte, se pudiera abrir y cerrar para asomar la nariz y tenerlo todo más claro después de un vistazo.
Sea lo que sea, me hace falta. Empiezo a tener el espacio del que dispongo ahora demasiado lleno. Siempre me han gustado las casas depuradas, funcionales, y la mía es siempre lo contrario. Cuando me mudé a ésta, el doble de grande que la anterior, pensé que lo conseguiría, pero de pronto todos mis muebles crecieron, se hicieron el doble de grandes, como los peces koi, y se adaptaron a sus anchas al nuevo espacio. Nacieron nuevos libros dentro de las cajas, bibliografía completas con tapas duras, los zapatos se aparearon y donde había dos ahora tengo tres... Lo mismo sucede con mi cabeza, que voy ordenando ideas y conceptos, tirando un tabique aquí, abriendo una ventana ahí, y van llegando otros nuevos, con su equipaje a cuestas, y lo dejan todo patas arriba. No termino de ubicarlos a tiempo. Al final tengo lo antiguo con lo nuevo compartiendo cama nido, y de lo que estoy segura, como ya hay confianza, en sofás cama repartidos aquí y allá.
Una habitación nueva, una nueva manera de afrontar las cosas. Una manera insonorizada, con terraza para respirar, estirarse, y un cuarto de baño. ¿Donde la tendré guardada? Si llego a encontrarla sé que se me quedará pequeña tarde o temprano, pero... bueno, en ebay se puede vender casi cualquier cosa, así que supongo que tanto cacharro, ésta chatarrería, me puede sacar de un apuro en un momento dado. Ofrezco un trío de botas, y algún consejo basado en la experiencia.
lunes, 20 de septiembre de 2010
bucles infinitos
Algunas mañanas sales de casa con lo puesto, sin el pasaporte porque por el barrio no es necesario, sin cantimplora, ni el cepillo de dientes ni nada más que lo básico, inocentemente preparada para ver una película en el cine y a casa, o tomarte a lo sumo una cerveza donde siempre y sin saber cómo, te ves envuelto por lo que acostumbro a llamar un bucle infinito que empieza un miércoles y termina quiensabecuando. Suelen durar una semana, o cinco días. Lo que resulta infinito es la percepción del tiempo durante el bucle, y sin duda, sus consecuencias. Siempre prometedoras al principio, tristes o desconcertantes al final.
Son bucles con relleno, no es simplemente un me encuentro con Fulano que ha quedado con Mengano y nos juntamos con Zutano bla bla bla... éstos son auténticas napolitanas de crema social y personal, que te comes con la cabeza acartonada, la lengua de trapo, y los oídos zumbando canciones rancias de tres días.
Hace un año y dos meses que tomé una decisión complicada. Aquella vuelta de tuerca me mantuvo en la calle de forma casi constante durante meses, incapaz como me sentía de sostener las paredes de mi casa, una casa más de cualquiera que mía. A la intemperie, tan expuesta a dejarme llevar, entré en un sinfín de bucles infinitos que fueron definiendo mi opinión actual: que cualquiera puedo ser yo, así que me quedo en ésta casa de alguien como si fuera mía, y piso la calle en caso de fuerza mayor.
Cada vez que pongo un pié fuera me tiembla la rodilla. El pasado miércoles me aventuré sin embargo a ir más allá y probé incluso con Manoteras. Sabía que traería consecuencias y en efecto, algo inédito, un choque de bucles. El núcleo de la circunferencia descrita no importa, es lo más tedioso del asunto, ya de por sí cansado. Pero la trayectoria ha sido clara y termina como empezó, conmigo. Quiero decir, que termina por un lado con unas pequeñas ilusiones que empezaban a brotar en cierta jardinera que tengo por cabeza, y por otro con silencio y mirada hacia otro lado donde prometimos que habría cariño para siempre. Yo me quedo con la sensación asfixiante de no encontrar lugar ya en ningún otro, decidida a hacer al menos lugar en mí, para no asfixiar del mismo modo.
Y ahora que estoy sentada en la silla donde paso ocho horas diarias, la misma que me ajustó para cuidar mi espalda aquel que ahora debo anular para reocupar su espacio, pienso que tal vez el "Voy a cuidar de tí toda la vida, estés conmigo o no" se refería más bien a lo que dure éste respaldo en la posición ajustada. O lo que tarde en romper las baquetas regaladas, porque la velocidad a la que yo me desajusto y me rompo en su memoria es trepidante. Y me cuesta creer, mientras atiendo las mismas llamadas de siempre desde hace tres años, todo lo sucedido en los últimos cinco días. Definitivamente he entrado en esa edad en la que atacan los fantasmas, porque sólo conozco a gente asediada por ellos, y cuesta mantener la sonrisa a no ser que sea una risa tonta, pero tonta tonta.
Ésta tarde me hago fuerte en mi sofá, por mucho tiempo. Porque ahora que llega el frío, los bucles son más duros. Cuesta reponerse. Y el último ha alterado a mis fantasmas y me ha dejado sin abrigo.
Son bucles con relleno, no es simplemente un me encuentro con Fulano que ha quedado con Mengano y nos juntamos con Zutano bla bla bla... éstos son auténticas napolitanas de crema social y personal, que te comes con la cabeza acartonada, la lengua de trapo, y los oídos zumbando canciones rancias de tres días.
Hace un año y dos meses que tomé una decisión complicada. Aquella vuelta de tuerca me mantuvo en la calle de forma casi constante durante meses, incapaz como me sentía de sostener las paredes de mi casa, una casa más de cualquiera que mía. A la intemperie, tan expuesta a dejarme llevar, entré en un sinfín de bucles infinitos que fueron definiendo mi opinión actual: que cualquiera puedo ser yo, así que me quedo en ésta casa de alguien como si fuera mía, y piso la calle en caso de fuerza mayor.
Cada vez que pongo un pié fuera me tiembla la rodilla. El pasado miércoles me aventuré sin embargo a ir más allá y probé incluso con Manoteras. Sabía que traería consecuencias y en efecto, algo inédito, un choque de bucles. El núcleo de la circunferencia descrita no importa, es lo más tedioso del asunto, ya de por sí cansado. Pero la trayectoria ha sido clara y termina como empezó, conmigo. Quiero decir, que termina por un lado con unas pequeñas ilusiones que empezaban a brotar en cierta jardinera que tengo por cabeza, y por otro con silencio y mirada hacia otro lado donde prometimos que habría cariño para siempre. Yo me quedo con la sensación asfixiante de no encontrar lugar ya en ningún otro, decidida a hacer al menos lugar en mí, para no asfixiar del mismo modo.
Y ahora que estoy sentada en la silla donde paso ocho horas diarias, la misma que me ajustó para cuidar mi espalda aquel que ahora debo anular para reocupar su espacio, pienso que tal vez el "Voy a cuidar de tí toda la vida, estés conmigo o no" se refería más bien a lo que dure éste respaldo en la posición ajustada. O lo que tarde en romper las baquetas regaladas, porque la velocidad a la que yo me desajusto y me rompo en su memoria es trepidante. Y me cuesta creer, mientras atiendo las mismas llamadas de siempre desde hace tres años, todo lo sucedido en los últimos cinco días. Definitivamente he entrado en esa edad en la que atacan los fantasmas, porque sólo conozco a gente asediada por ellos, y cuesta mantener la sonrisa a no ser que sea una risa tonta, pero tonta tonta.
Ésta tarde me hago fuerte en mi sofá, por mucho tiempo. Porque ahora que llega el frío, los bucles son más duros. Cuesta reponerse. Y el último ha alterado a mis fantasmas y me ha dejado sin abrigo.
lunes, 9 de agosto de 2010
tormentas de verano
Por fin llueve, otra vez, con lo cansados que nos tenía la lluvia hace unos meses, ahora se la echaba de menos. Parece una lluvia de tierra, que deja marrones los cristales. Éste olor me provoca una maldita nostalgia. Quiero volver a la sierra cada noche de lluvia.
Llevábamos pocos días viviendo allí, hace ya dieciocho años, cuando nos sorprendió una terrible tormenta de verano a mi madre, a mi hermano y a mí. La casa era grande y estaba aún vacía. Todo retumbaba. El agua contra los cristales, el viento a través de las tejas viejas... los rayos nos dejaban totalmente en blanco cada poco rato. La luz se había ido, y aún no estábamos hechos a aquel espacio, no conocíamos las esquinas, dónde empezaban y acababan las paredes. Yo ni siquiera recordaba a donde iba a dar ninguna puerta. Pero la instalación eléctrica estaba a medias, los enchufes abiertos, y mi madre estaba aterrada porque en algún momento pudiera pasarnos algo. Aprovechábamos los fogonazos para mirar dentro de las habitaciones, a ver cual tenía menos enchufes, y en aquella nos quedamos, sentados en el suelo, los tres. Pasé miedo, y aún así cambiaría ésta llovizna, ésta casa tranquila, por estar en aquella habitación con ellos.
Instantes a los que volvería. Momentos nada idílicos que hoy me parecen paraísos, perdidos o pasados. Sí, sin duda me merezco el título de Técnico Especialista en Echar de Menos.

Como aquella noche en vela inflando globos, cuarenta y tres globos. Poniendo cara a cada uno de ellos. Imaginando mientras tanto la que pondría él cuando lo viera. Y no la puso, los viajes largos cansan mucho, pero no importa, yo nunca olvidaré mi noche, la anterior, la que logré recordar cuarenta y tres animales sin repetir ninguno (también colé alguna flor), y me quedé sin aire por querer tanto. Y volvería sólo por recuperar la ilusión que sentía, con lo que me cuesta ahora ilusionarme por nada, como volvería a la tormenta, por creer otra vez que mi madre es capaz de salvarnos a todos.
Otra, la primera noche que pasé en el último piso de Echegaray 31, me habían dado las llaves esa mañana, la primera madriguera para mí sola en ésta ciudad. Me tiré en el suelo de madera vieja del altillo, todo me daba vueltas, tal vez había bebido demasiado para celebrarlo. Tenía la sensación de que me recorrían el cuerpo miles de termitas y pequeños bichos que habitaban esas tablas podridas que yo acababa de alquilar. Pero me daba igual, ahora compartíamos piso, mejor llevarse bien. Y me amaneció mirando a través de la ventana del techo cómo cruzaban los gatos por encima de mi cabeza. Cuando me levanté tenía la espalda partida en dos, dolor de cabeza, sueño, picaduras pequeñitas por las piernas, y veinte llamadas perdidas de mi madre porque no había ido a dormir a la que aún era mi casa. Pero volvería por sentir una vez más que había conseguido lo que quería. Aquella noche empezó lo que vivo ahora.
No sé si gané o perdí, pero ésto es lo que quería, y tendré que defenderlo pese a noches largas como ésta. Haré memoria, porque algo que no recuerdo bien andaba yo buscando cuando me fui de casa. Lo deseaba tanto que me hice mayor, y a mí no me engañan facilmente
Suscribirse a:
Entradas (Atom)